viernes, 10 de junio de 2016

Fanfic: Harry Potter y el niño maldito V




Tras un período de descanso por exámenes selectivos vuelve la historia de Albus, quien más drama queen que nunca decidirá coger el toro por los cuernos y cambiar para desligarse del nombre de su padre.



La primera semana de Albus en Hogwarts acabó mejor que su primer día, y eso que casi se pone a lanzarles maldiciones a sus agresores cuando volvió a la sala común con Ivy, la chica que lo había salvado. Por suerte, Roland estaba cerca y pudo calmarlo.
―Se van a enterar. Te juro que se van a enterar ―repetía Albus, una y otra vez, superado por la rabia.
―Tranquilo, tranquilo. Es por el enfado, mañana se te habrá pasado.
Su amigo tuvo razón. A la mañana siguiente, Albus ya no se sentía tan rabioso, aunque sí dolido y humillado. Pensó que, tal vez, ese flujo de emociones era lo que James llamaba «madurar».
En el transcurso de esos días, conoció por fin lo que era una clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. La profesora Ridgebit era encantadora, amable y sonriente. También, justo como ya le había advertido Josh, sabía un montón sobre maldiciones y criaturas tenebrosas, además de cómo controlar a una clase llena de niños. Cuando empezó a explicar el hechizo «incendio», muchos se desilusionaron por considerarlo poca cosa. Entonces contó que con él se podía vencer a los gytrashes, perros espectrales que habitaban en bosques (incluido el de Hogwarts).
La profesora McPhail, que enseñaba Transformaciones, era mucho más brusca que el resto de sus colegas. De rostro severo, labios apretados y pelo ceniciento; desde el primer día les advirtió (con un marcado acento escocés) que su clase no era para vagos, botarates y estudiantes poco hacendosos.
―A mí esta es una de las clases que más me interesan ―le había dicho a Albus un chico de Ravenclaw, rubio y de voz ampulosa, que se había sentado al lado suya y de Roland.
La profesora empezó entonces a dictar las bases de la transfiguración que todo principiante debería saber:

1. Recrea una imagen clara en tu cabeza del objeto qué esperas crear antes de realizar un hechizo de transformación.
2. Las transformaciones incompletas son difíciles de arreglar, pero debes intentarlo. Dejar la cabeza de un conejo en un escabel es irresponsable y peligroso. Di «¡reparifarge!» y el objeto o la criatura volverá a su estado natural.

Después, copiaron los esquemas que hizo aparecer en la pizarra; todo para intentar transformar cerillas en agujas. Al final de la clase, sólo Albus y el chico de Ravenclaw consiguieron realizar algún cambio en el objeto, ganando diez puntos cada uno para sus casas.
―Enhorabuena ―le dijo aquel niño. Su voz le parecía muy divertida, aunque algo pedante―. Soy Erick, Erick Macmillan.
―Albus. ―Desde entonces, nunca decía su apellido al presentarse―. Éste es Roland.
Los tres pasaron juntos el recreo del miércoles, y Albus empezó a creer que esa rivalidad entre casas de la que tanto hablaba su hermano James podría ser un mito. Más bien, los problemas los tenía con sus propios compañeros, que no lo respetaban. Toda la semana, Albus estuvo pensando en el ataque en las mazmorras y el vacío que le hacían algunos Slytherins. Entre ellos, por asombroso que pareciera, encontró también un defensor: Liam Peakes, el chico pelirrojo que fue con él y Roland en el bote. Su lealtad se debía a que su padre le había contado que Harry Potter fue compañero suyo, y que también había sido su capitán del equipo de quidditch.
Otra persona con la que también había congeniado era Ivy, quien también parecía estar un poco marginada (nunca iba con el particular grupito de niñas de Slytherin de primer año). Y, por supuesto, también había ido conociendo más a Roland, aunque seguía pareciéndole raro y no guay, que era como lo había visto James en el callejón Diagon. Los dos tenían ya el hábito de ponerse juntos en Pociones, la asignatura en la que más destacaba Albus, y luego seguían inseparables durante el resto del día. Albus había aceptado su amistad casi como si fuera un salvavidas; tras la Selección, los dos se habían encontrado solos en un mar de desconocidos y forzados a tratarse. Albus estaba seguro de que, si no hubiesen estado en la misma casa, no habrían congeniado nunca.
También estaban los otros estudiantes de Hogwarts que tenían interés por ver al otro hijo de Harry Potter. Todos se sorprendían al ver que pertenecía a Slytherin y asaltaban al chico con preguntas indebidas y demasiado personales. Tras dos días de aguantándolos, Albus se vio obligado a tragarse su orgullo y usar el pasadizo de Elizabeth Burke.
―Ay, Potter… ―había suspirado ella―. Si no tuviera que abrirte…
De ese modo vio que podía atravesar el castillo en sólo unos pocos minutos y no volvió a llegar tarde. Se fijó, además, el propósito de descubrir más de diez pasadizos para cuando acabase el curso.
―¿Y tú crees que serán fáciles de ver? ―le preguntó Roland, apurando su zumo de calabaza, durante el desayuno del viernes.
―Sólo hay que mirar bien. Me he fijado estos días y creo que hay uno junto al aula de Encantamientos. Me acercaré al retrato y le preguntaré.
Justo en aquel momento, llegó el correo. Paris pasó volando sobre la cabeza de Albus y le dejó caer dos sobres en el plato. El chico le dio una tostada y empezó a abrir uno nervioso. Era de sus padres.

Querido Albus.

Espero que, para cuando recibas esta carta, estés más tranquilo. No te agobies ni fustigues por el hecho de pertenecer a Slytherin, eso no quiere decir que seas una “rata”, como te llama a veces tu hermano. Yo sé que eres un niño muy valiente, si no, no retarías a tu abuela dejándole comida en el plato.
Lo que intento explicarte es que no tiene nada de malo que no seas de Gryffindor. Ni a tu madre ni a mí (ni a tus tíos o abuelos) nos molesta ni decepciona, así que sácate esos pájaros de mal agüero de la cabeza y céntrate en lo que es importante, los estudios, dejando de lado las tribulaciones sobre si tu familia te acepta o no, porque sabes muy bien que te queremos con locura.
Tu hermana me pide que te diga que, cuando vaya a Hogwarts, le pedirá al sombrero estar en Slytherin para que no estés solo. Espero que eso te anime.
Te intentaré escribir, si quieres, cada viernes. Tu madre y yo te echamos muchísimo de menos, y también te queremos (no lo olvides).
Ah, por cierto, mucha suerte en tu clase de vuelo. Estoy seguro de que se te dará tan bien como a nosotros, tenemos sangre de pájaro, supongo.
Con mucho cariño, tus padres.
Y Lily también (ponía con la letra desigual de su hermana).

Le dio igual todo cuanto dijo su padre, incluso los continuos «te queremos», porque cuando llegó al párrafo donde decía que volar se le daría tan bien como a él y a su madre (y también a su hermano, por supuesto), sólo pudo pensar en las nuevas expectativas que tenían con él.
―Deberías de comer un poco más ―le dijo Roland―. No tienes buena cara.
―Te pareces a mí el día que me tuvieron que sacar una muela ―gritó el Barón Sanguinario sobre sus cabezas―. Ese herrero del demonio se estará pudriendo en el infierno, espero.
Ignorando a los dos, abrió el segundo sobre, que era de color violeta.
―¿De quién es esa? ―preguntó Roland.
―Del profesor Slughorn. Una invitación. ―Y entonces le leyó la carta:

Albus:

Espero poder verte esta tarde, a eso de las tres, en mi despacho. He mandado preparar una merienda especial para algunos de mis alumnos, así me vais contando que tal ha sido vuestra primera semana. Trae al señor Wool contigo, estaré encantado de acogerlo en nuestra mesa.
Atentamente: prof. H.E.F. Slughorn.

―¡¿También quiere que vaya yo?!
―Eso parece. Somos parte del Club de las Eminencias.
―Me cae bien, es simpático, pero a veces se pone un poco pesado. Creo que ya van dos veces que nos cuenta que dio clases a Gwenog Jones.
―Entiéndelo, está ya mayor… Por cierto ―cambió de tema―, ¿qué piensas sobre las clases de Vuelo?
Las clases de vuelo se programaron esa misma mañana para el jueves siguiente. Slytherin las tendría que dar con Gryffindor, lo que significaba ver de nuevo a Rose, algo que Albus siempre agradecía. No se le había escapado que su prima llevaba siempre detrás a Scorpius Malfoy, como si lo hubiese recogido por pena, algo que a veces sentía que le pasaba a él con Roland, aunque en su caso era más por supervivencia.
Albus y Scorpius apenas habían cruzado unas pocas palabras las veces que se habían juntado todos en los recreos. El chico no solía hablar mucho, y cuando lo hacía no es que fuera el alma de la fiesta. Era tan triste y depresivo como Roland, sólo que carecía del entusiasmo y la energía de éste. Albus había pensado en invitarlo a ir al lago con él y Roland ese fin de semana, pues tenían que recoger agua y guijarros para la clase de Pociones. Cuando lo hizo en el recreo, Malfoy no cupo en sí de alegría.
―¡¿En serio?! ¿Puedo ir con vosotros?
―Claro. Iremos los tres juntos ―le dijo, lanzándole una mirada de disculpa a Rose―. Además, Pociones tampoco se te da mal, ¿no?
―Bueno, me lo paso mejor en Defensa Contra las Artes Oscuras. La profesora Ridgebit ha traído hoy un lazo del diablo, una especie de planta…
―Una planta capaz de estrangularte, Scorpius ―lo cortó Rose, nerviosa―, también la vimos en Herbología.
―Pues eso nos ha traído, para que la matásemos con fuego. Mi hechizo «incendio» ha sido el mejor, por lo visto.
―Bueno, por poco ―volvió a interrumpirlo Rose―. A mí también me ha felicitado.
Albus se echó a reír. Sabía bien (y en Pociones lo notaba más que nunca) que a su prima no le gustaba que la superasen, lo que podía acabar siendo exasperante, porque se lo tomaba todo muy en serio.
―Creo que debiste de haber ido a Ravenclaw, Rosie ―le dijo Albus.
―Y la verdad es que es allí donde quería ir, pero el sombrero tenía otros planes, supongo. Me dijo que los Weasley han ido siempre a Gryffindor y que allí se quedarían.
Scorpius, que estaba comiendo Grageas Bertie Bott de todos los Sabores, empezó a toser.
―¿Estás bien? ―preguntó Roland, que le sujetaba la bolsa.
―Sí, es que he encontrado una con sabor a almeja y, bueno, sabe un poco mal.
Albus estaba seguro de que había mentido.

El despacho de Slughorn era bastante grande y estaba decorado de un modo muy ostentoso. Cuando Albus y Roland llegaron, el profesor los metió dentro a la fuerza y los sentó en la mesa junto a los demás alumnos sobresalientes. Pasaron la tarde disfrutando de la más absoluta y elegante frivolidad mientras tomaban helado de nata de Cornualles y mousse de melocotón (el dulce preferido de Albus). Slughorn no paraba de hacerles preguntas a todos, y con sus respuestas decidía cuales estudiantes eran dignos de seguir en su club y cuáles no.
―Dime, Phillip, ¿qué tal le va a tu padre en el ministerio?
―Muy bien ―respondió McLaggen, limpiándose con la lengua un poco de nata del labio―. Ya se ha puesto a organizarlo todo para los Mundiales del año que viene.
―Oh, fabuloso, fabuloso… ―asintió Slughorn―. Para el que no lo sepa, el padre de Phillip es el jefe del departamento de Juegos y Deportes Mágicos en el Ministerio de Magia. Un cargo bien merecido, por supuesto…
Sin embargo, estaba claro que al que más ganas tenía de interrogar era a Albus.
―Dime, querido, ¿sabes cuándo vendrá tu padre a dar una de sus charlas? Estoy ansioso por comentarle lo bueno que eres en Pociones. Seguro que le doy una alegría.
―Eh… No lo sé, señor.
―Bueno no importa, ya me enteraré. Lo normal es que previo a su visita se forme un buen alboroto. Todos quieren mucho a tus padres, ¿sabes?
―Sí, me he dado cuenta ―respondió Albus, cortante.
Pero si alguien lo pasó mal fue Roland.
―En cuento a ti, Wool, tus padres son del mundo muggle, ¿no? ¿A qué se dedican?
―Yo… Yo no… Yo no tengo padres, señor.
Slughorn, que estaba bebiendo de su taza de té, se atragantó y manchó el mantel de hilo fino.
―¿Cómo dices?
―So-soy huérfano ―admitió Roland con la cabeza gacha.
―Oh, por las barbas de Merlín. No sabes cuánto siento mi indiscreción, Wool, lo lamento.
―No… No se preocupe, señor.
Se produjo un silencio incómodo que, tras dos minutos, el profesor rompió.
―No me puedo creer que tu hermano no haya venido ―le dijo a Albus―. Nunca se pierde ninguna de mis reuniones.
Albus también se extrañó. Por lo que había oído en casa, a James sí que le gustaban los encuentros con Slughorn porque así podía hacerse amigo de gente más selecta, que era tal y como pensaba Albus, también. Cuando empezó a anochecer y el profesor los despidió, el chico invitó a Roland a acompañarlo a la torre de Gryffindor para ver por qué no había ido.
―¡Santo y seña! ―le volvió a gritar la señora gorda.
―Que no quiero entrar, ¿no ves que soy de Slytherin?
―O santo y seña o nada.
―Nada de nada. Eso es lo que quiero.
―Así que a la sala común de Gryffindor se entra por un retrato, igual que pasa con el pasadizo de Elizabeth Burke ―comentó Roland, con interés.
―Sí. Me gustaría estar ahí… ―se lamentó Albus.
Estuvieron esperando más de media hora, aguantando las miradas asesinas de la gente de Gryffindor que pasaba. Cuando llegó el momento de la cena, bajaron al comedor. Albus vio a James allí, así que corrió hacia él.
―¡Albus! ―se sorprendió éste―. ¿Dónde has estado?
―Pues, en la reunión de Slughorn. Venía a preguntarte dónde habías estado tú. Al profesor le ha extrañado mucho tu ausencia.
―Y a Hagrid y a mí nos ha extrañado la tuya, hermanito.
A Albus se le cayó el mundo encima. Oyó en su cabeza las palabras de su padre antes de subir al tren: «adiós, Al. No olvides que Hagrid te ha invitado a tomar el té el próximo viernes». También se dio cuenta de que eso sería lo que Hagrid querría decir con eso de «¿hace falta que te recuerde algo?».
―Yo… Lo siento, no… No me acordé.
James cabeceó. Estaba muy molesto, al parecer.
―Él no dejaba de decir que tendrías algo importante que hacer, que por algo no podrías ir, pero yo sabía la verdad.
―¿Qué verdad? ―Ahora el molesto era Albus.
―Que prefieres estar con esos pijos que mean colonia.
―¡Eso no es verdad! ―gritó Albus, perdiendo los nervios.
―¡Claro que lo es! ¿Y sabes por qué? ―James se puso en pie―. ¡Porque eres una rata!
Se hizo el silencio en el comedor. Todos los miraban.
Albus sintió como algo se rompía dentro de él y un dolor supurante le golpeaba en el pecho, dejándole el corazón encogido.
«No dejes que James te provoque» le había dicho también su padre.
―¿Eso es lo que crees? ―consiguió preguntar, a duras penas.
―Ahora sí que estoy decepcionado. Resulta que todo este tiempo…
―¡James, no! ―gritó Rose levantándose.
―… He estado en lo correcto sobre ti. Slytherin es lo que más te va ―completó ignorando a su prima.
Albus se endureció y miró a su hermano a los ojos. Sentía mucha rabia, más que nunca. Quería decirle que exageraba, que hacía una montaña de un grano de arena sólo porque se había olvidado de la cita con Hagrid; pero, por otro lado, también quería gritarle que le daba igual, que él no era su gran amigo, como lo había sido su padre; que él era Albus y no tenía por qué tener ni la misma vida ni hacer las mismas cosas que el gran y omnipresente Harry Potter.
Y, de pronto, varias copas estallaron en la mesa de Gryffindor, y Albus estuvo seguro de que había sido por su culpa.
―¿A qué estás jugando? ―preguntó James, mirando cómo su zumo de calabaza se derramaba hasta el suelo.
―Yo… Yo… ―Con la sorpresa, la ira aflojaba.
―¿Qué está pasando aquí? ―La profesora Ridgebit acababa de aparecer―. Potter, haz el favor de volver con los de tu casa, venga.
Albus se giró una vez más, con la disculpa en la mirada, pero James no levantó la vista (o no quiso).

A la mañana siguiente, Albus se levantó temprano y salió a dar una vuelta por los terrenos, siempre con la precaución de no acercarse a la cabaña de Hagrid. Cuando creyó que ya el desayuno habría acabado, regresó al castillo a por Roland y Scorpius para así partir hacia el lago a buscar el agua y los guijarros para Pociones. Malfoy se había mantenido en silencio todo el camino, como si no se sintiese cómodo con ellos, mientras que Roland no había dejado de hablar de lo feliz que era en Hogwarts y de lo maravilloso que era todo. Demasiado azúcar, para el gusto de Albus.
―¿No es lo más bonito que habéis visto en el mundo? ―dijo el chico, mirando la silueta de Hogwarts entre el lago y el cielo plomizo, desde el risco donde se habían sentado para sacar piedras y agua―. Aun no me creo nada de lo que está pasando. Hace sólo dos meses estaba en el orfanato, seguro de que hasta que no fuera mayor de edad no cambiaría mi vida, y mirad ahora. ―Tenía una gran sonrisa en los labios que no era compartida por Albus y Scorpius―. Espero que junio tarde lo más posible en llegar, ¿no creéis? Por primera vez siento que tengo un hogar.
―Para nosotros es diferente, Roland. ―A Albus le daba un poco de pena bajarlo de la nube.
―Ya, tenéis familia, una casa…
―No me refería a eso ―aclaró un poco incómodo―. Lo que pasa es que a nosotros en Hogwarts, aunque no queramos, nos tratan de forma especial. Mírame ―le dijo poniéndose en pie, ante él―. Cuando la gente me ve sólo piensan en que soy el hijo de Harry Potter, el hijo del que ganó la guerra contra Ryddle; cuando yo soy una persona que nada tiene que ver con mi padre, con lo que hiciera o con lo que sea. Es muy frustrante ver como todos te juzgan y te dicen lo que debes hacer: volar bien, estar en Gryffindor, ser un héroe o ir a merendar con Hagrid. Yo sólo quería venir a Hogwarts y estar con mi prima, hacer amigos y… ―Suspiró hondo―, y tratar de vivir mi propia vida. ¿Y qué me encuentro? Que a cada momento me mencionan que hago tal cosa como mi padre o como mi abuela o como el antepasado que los engendró a todos.
Roland no sabía a donde mirar, aunque intentaba mantenerle la mirada a Albus. Scorpius, por su parte, seguía sentado con la cabeza gacha.
―No sabes cómo odio tener que ser un Potter. ―Tenía los ojos brillantes, como si fuera a llorar―. Ojalá no tuviese familia u ojalá no fuesen los que son. ¡Y en su caso aún es peor! ―dijo señalando a Scorpius―. Su padre y sus abuelos fueron mortífagos, magos oscuros, y causaron mucho daño. Eso la gente no lo olvida.
―La gente nunca olvida las cosas malas. ―Scorpius se levantó―. Si ellos supieran… ―Sollozó, parecía estar a punto de llorar también―, si ellos supieran el infierno que vive mi familia nos dejarían en paz. He visto a mi padre siendo mucho más humillado de lo que soy yo, a mi abuelo deseando su propia muerte, a mi abuela negándose a salir de casa… Toda mi vida he estado soñando con que en Hogwarts encontraría mi lugar, con que aquí las cosas cambiarían. ¿Y qué me encuentro? Que me llaman Scoria o Hijo de Mortífago. ¿Y acaso yo les he hecho algo? ¿Eh?
―No tenéis que pagarla conmigo así y contarme todas esas cosas ―dijo Roland, con un hilo de voz―. Yo sólo…
―No lo pagamos contigo ―aclaró Albus―. Sólo nos desahogamos, lo necesitábamos.
―Cuando me pusieron en Gryffindor… ―volvió a sollozar Scorpius―, bueno, esa misma noche escribí a mi padre. Me dijo que es porque el sombrero sabe que tendré la valentía y el coraje suficiente como para darle un nuevo significado al apellido Malfoy.
―Ojalá yo pudiera hacer eso con el apellido Potter ―se lamentó Albus―. Pero sólo podría cambiar lo que significa ahora convirtiéndome en un mago oscuro, y no es que me emocione la idea.
―Si no tuvierais familia, como yo, no hablaríais así ―dijo Roland, con aparente indignación.
―Y si tú no fueses un recogido, te callarías ―saltó Albus.
Dolido, Roland cogió y se marchó, dejándolos a los dos solos.
―Creo que te has pasado ―dijo Scorpius.
―Sí, pero yo no… No quería decir eso.
Albus lamentaba de verdad lo que le había dicho a Roland, al fin y al cabo era de las pocas personas que podía considerar sinceras, puesto que ni conocía la fama de su padre ni la regia magnificencia del apellido Potter. Se le había ido la mano y lo había pagado con él.
―Me arrepiento de lo que he dicho ―lo sacó Malfoy de su ensimismamiento.
―¿Perdona?
―Que no debí de haberte seguido la corriente y contar todas esas cosas. No está bien. ―Albus lo miró con indolencia―. Creo que lo mejor sería que…
―Qué nadie sepa cómo nos preocupa este tema, porque entonces pareceríamos débiles.
―No era eso lo que yo iba a decir ―dijo Scorpius extrañado―. Pero, bueno, está bien. ¿Quién te ha dicho eso?
―Nadie. Es lo que he pensado toda la vida: nunca debemos dejar saber cuáles son nuestras debilidades.
―Mi madre dice que siempre habrá algún amigo que nos quiera ayudar, que no debemos volvernos locos al guardarlo todo dentro.
Albus volvió a sentarse. No quería hablar con Malfoy y le pidió que lo dejase sólo. ¿Por qué lo había llevado? ¿Por lástima? ¿Y por qué había empezado su discurso victimista? ¿Acaso quería oírle otro a Scorpius para así sentirse mejor?.
Se quedó allí, mirando el lago durante horas.
―¿Quién soy? ―preguntó a la nada, aferrándose a su colgante―. ¿Por qué hijo de Harry Potter? ¿Por qué tan débil y…? ―No se le ocurrió que más decir.
Empezó a caminar y, sin darse cuenta, llegó a la cabaña de Hagrid. El guardabosques estaba fuera, sentado en un tocón, tallando un caballito del diablo en madera.
―Hola, Hagrid ―saludó en un hilo de voz.
Éste levantó su cara peluda.
―Hola, Al.
―Siento haberme olvidado de la cita de ayer. De verdad que, bueno, no me acordé.
―No pasa nada, no pasa nada ―dijo haciendo aspavientos―. Dime, ¿te apetece que tomemos el té ahora? Así te quitas este frío del cuerpo.
―Claro ―afirmó Albus, forzando una sonrisa―. Vamos.
La cabaña de Hagrid era una única estancia. Había jamones y faisanes colgando del techo y una cama enorme cuyas mantas estaban llenas de remiendos. El guardabosques cogió la tetera y la puso al fuego, que alumbraba la estancia.
―Y bien, ¿qué tal la semana?
―Algo… Movida. ―No sabía que decirle, la verdad.
―Cuando el sombrero te puso en Slytherin no me lo podía…
―No, Hagrid, por favor ―lo cortó él―. No quiero hablar más del tema de a qué casa pertenezco o cual debo permanecer, ¿vale? He tomado una decisión respecto a ello y es definitiva.
―¿De qué se trata? ―se interesó Hagrid, sentándose a su lado y sirviéndole un poco de bizcocho de pasas.
―A qué voy a dejar de lamentarme por no estar en Gryffindor y voy a intentar sacarle a Slytherin todo lo bueno que tenga.
―Tú eres lo único bueno que tienen.
Albus sonrió, luego se produjo un silencio bastante incómodo. En toda su vida había visto a Hagrid unas pocas de veces, sobre todo durante el verano. Pero, la verdad era que, aunque le caía bien, no era la compañía que más ansiaba tener.
―Dime, Hagrid, ¿qué tal con el tema del hombre ese que mataron en Hogsmeade? ―preguntó recordando cómo su madre y Longbottom habían hablado del tema.
―Gárgolas galopantes, llegas a tener gafas e igualito a tu padre cuando me mataba a preguntas ―rio él―. Pues verás, siguen buscando al que lo hizo, y están todos bastante preocupados. Tu padre y el segundo auror de la oficina, Dennis Creevey, ¿lo conoces?
―Me cae muy bien ―asintió Albus recordando lo simpático que era siempre aquel hombre.
―Pues estuvieron por aquí haciendo preguntas y eso. Yo me había reunido la noche anterior con Fegheble, el muerto, porque me iba a vender huevos de diricawl. Fíjate cómo me la jugó el malnacido que me cobró cinco huevos diciéndome que eran seis.
Albus estuvo oyendo despotricar a Hagrid hasta el anochecer. Luego se despidió de él intentado ser lo más afectuoso posible y marchó de vuelta al castillo. Cuando llegó al patio de la torre del reloj, se encontró con Ivy, que miraba muy seria como una escoba barría las hojas caídas.
―¿Qué haces?
―Observo ―contestó sin mirarlo―. Me pregunto qué hechizo será el que hace a la escoba moverse sola.
―Mi abuela es experta con esos conjuros ―dijo Albus.
―¿Qué tal tu labio? ―preguntó ahora, examinándolo a él con atención.
―Bien, supongo. Sólo tengo el corte.
Y se produjo otro silencio incómodo. Albus los odiaba.
―¿Quieres que vayamos ya a cenar? Creo que hay pudding.
En el Gran Comedor, Albus buscó donde estaba sentado Roland. Lo primero que quería hacer era pedirle perdón por lo brusco que había sido con él. Estaba sentado junto a Liam Peakes, hablando sobre una serpiente marina.
―Roland, yo… ―El chico lo miró con seriedad y algo de dureza―. Siento lo que te he dicho antes, no te lo merecías.
―Escúchame bien, Albus Potter, y no me vayas a interrumpir ―susurró de un modo que Albus jamás se hubiera imaginado, como enfadado pero también autoritario―. Yo no tengo padres, nadie me ha enseñado nunca nada ni me ha mostrado un modelo a seguir. Por eso estoy seguro de esto que te voy a decir y espero que se te meta en la cabeza: nadie es igual que sus padres, ni tú ni Scorpius. Ni siquiera yo, aunque no sepa quiénes son. Ese famoso Harry, que casi mencionas tú más que el resto de la gente, eligió su camino. Por eso tú también puedes elegir el tuyo o, si lo prefieres, puedes quedarte llorando como hoy en el lago. Y cree que sé bien de lo que hablo. Durante años, en el orfanato, estuve intentando ser alguien, hacer amigos, pero todos me daban de lado. Luego, en el colegio, le daba pena a los profesores porque no tenía padres, lo que hacía que mis compañeros, rabiosos por ser el favorito, me ignorasen también. Al igual que tú he estado toda mi vida marcado por «la pena por los huérfanos», sólo que yo no he tenido unos padres que me protegieran cómo te pasa a ti. Así que espabila, ¿estamos?
Albus asintió, sorprendido de todo lo que había contado Roland.
―¿Algo qué añadir? ―le preguntó éste.
―Sí, una cosa ―sonrió Albus, tendiéndole la mano―. ¿Amigos?
―Amigos ―dijo el huérfano, estrechándosela sonriente.
Albus creyó que tenía razón, y desde ese momento lo tuvo más decidido que nunca: no más penas, no más lloros y no más lamentos por ser el hijo de Harry Potter.

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