martes, 14 de junio de 2016

Fanfic: Harry Potter y el niño maldito VI



Llega Halloween a Hogwarts y, con él, el vocalista vampiro Lorcan D'Eath, que amenizará la velada con su tema El Niño Maldito.


El jueves, a las tres y media, Albus y Roland subieron desde las mazmorras a los jardines con los otros Slytherins para asistir a su primera clase de vuelo. Seguía nublado y parecía que el tiempo no iba a mejorar, lo que no dio confianza a ninguno de los chicos.
―¿Crees que el viento se llevará las escobas? ―preguntó Roland preocupado.
―Ni idea. He volado pocas veces porque… Bueno, me dan miedo las alturas ―le confesó Albus, algo avergonzado.
―Tranquilo, ya habrás volado más veces que yo.
Cuando llegaron a la zona elegida para la clase, vieron que los de Gryffindor ya estaban allí. Albus y Roland se pusieron junto a Rose, Scorpius y la chica morena que ya habían visto alguna vez y que se presentó como Mary Fronsac. También vieron que había veinte escobas en el suelo, puestas al lado de cada estudiante.
―¿Nerviosa, Rose? ―le preguntó Albus a su prima.
―Qué va, yo vuelo mejor que tú ―respondió ella muy segura de sí misma.
Madame Hooch no tardó en llegar. Era una anciana (a Albus le sorprendió que alguien tan mayor fuese quien enseñase a volar), tenía el pelo cano y los ojos amarillos como topacios.
―¡Venga, venga, que no tenemos todo el día! ―bramó―. ¡Extended vuestra mano derecha sobre la escoba y gritar «arriba»!
La escoba de Albus no se movió en absoluto. La de Roland, igual que la de Rose, salió disparada hasta sus manos (fueron de los pocos que lo consiguieron). Las de Scorpius y Mary Fronsac rodaban por el suelo y daban pequeños saltitos, pero no parecía que fuesen a llegar hasta ellos. Albus también vio como la de Clea Warbeck, la chica del compartimento de Slughorn, subía y bajaba sin parar hasta terminar flotando entre su mano y el suelo.
Después, Madame Hooch les explicó cómo montarse sobre la escoba sin resbalarse hasta la punta. Se tuvo que parar a corregirle la postura a Albus y a Mary, pero no a Roland, ni a Scorpius ni a Rose. Liam Peakes y McLaggen también habían conseguido montarse sobre sus escobas. Ivy, en cambio, estaba pidiendo salir de allí con los ojos.
―¡Ahora daréis una patada en el suelo, os elevaréis un metro o dos y volveréis a bajar! ¡Lo haréis cuando cuente tres! Preparados… Uno, dos… ¡TRES!
Las escobas se elevaron, pero algunas como la de Albus lo hicieron más de lo debido, porque éste no sabía cómo controlarla. Fue un absoluto desastre, aunque Madame Hooch parecía satisfecha. Luego les pidió que se elevasen más, entre seis y siete metros, así que los estudiantes volvieron a dar patadas en el suelo.
―¡Eh, idiotas! ―Hal Viridian se acercaba volando con destreza hacia ellos―. Parecéis dos burros mareados.
Albus se aseguró de que la profesora estuviese pendiente de otros alumnos antes de contestarle.
―¿A qué saben las babosas?
―Ten cuidado, Potter, o te tiraré de la escoba.
―Inténtalo ―dijo Roland al punto que se ponía entre Hal y Albus. Rose, Scorpius y Mary Fronsac los miraban con preocupación (Scorpius hasta con un poco de temor).
―Tal vez debería de tirarte a ti ―aseveró Viridian con maldad―. Potter ya se ve que en cualquier momento se abrirá la cabeza contra el suelo, ¿verdad?
Albus intentó ir volando hasta él, pero la escoba bajó un par de metros.
―¡Eh, Potter! ―gritó Hal―. ¿Qué te parece si te echo una carrera hasta la torre de Astronomía, eh?
De nuevo, el chico intentó acercarse a él con la escoba, volviendo a caer más bajo en el intento.
―Patético ―se burló Hal―. ¡Eres patético, Potter!
―¡Se acabó! ―gritó Roland―. ¡Vamos, echemos esa carrera tú y yo!
Hal ya no parecía tan seguro, pero en cuanto vio como Roland se inclinaba hacia delante y abalanzaba hacia él, decidió imitarlo y los dos emprendieron camino hacia la torre, subiendo cada vez más y más. Madame Hooch se dio cuenta de la carrera demasiado tarde. Los llamó con su silbato y a gritos, y luego cogió su escoba y también salió volando.
Entre los estudiantes la reacción fue dispar. Los de Gryffindor vitoreaban y animaban a Hal (a excepción de Rose, Scorpius y la propia Mary), mientras que los de Slytherin no dejaban de gritar «¡Roland, campeón!». Albus, que para entonces ya estaba con los pies en el suelo, era quien más alto chillaba para animar a su amigo.
―¡Nunca… En todos mis años en Hogwarts… Ni siquiera cuando estudiaba y el inútil del profesor Black era director…! ―rezongaba Hooch cuando volvieron―. ¿A qué esperáis? ¡Bajad todos ahora mismo!
No habían llegado a terminar la carrera porque la profesora los había interceptado. Sin embargo, estaba claro que Roland llevaba la delantera.
―Se descontarán veinte puntos a Gryffindor y a Slytherin por vuestra imprudencia y falta de respeto a las normas. ―Todos empezaron a protestar―. ¡Silencio! Además…
―¡ROLANDA! ¡ROLANDA!
Se giraron para ver quien gritaba. El profesor Slughorn hacía algo parecido a correr mientras llamaba a la profesora con el brazo en alto.
―¡Por Merlín, Rolanda, por Merlín!
―¿Horace? ―inquirió Madame Hooch aún enfadada―. ¿Qué estás haciendo aquí?
―Pues iba andando… ¿Cómo si no? Cuando vi al señor Wool y al señor Viridan en sus escobas y… Madre mía… Ha sido increíble.
―¿Increíble? ―A la profesora no se lo parecía en absoluto.
―No en el señor Viridan, por supuesto, al fin y al cabo su tío jugó en la selección estadounidense de quidditch. Quien me ha sorprendido es el señor Wool. Viene del mundo muggle, ¿sabe? Y pondría mi mano en la boca de una salamandra al afirmar que ha sido su primera vez en escoba, ¿cierto, hijo?
A duras penas, Roland asintió. Estaba tan pálido como el Barón Sanguinario.
―Rolanda, ¿te importa que me lo lleve un momento? Se me ha ocurrido una idea fascinante, sí, fascinante. ¿Puedo?
Madame Hooch, que estaba entre confusa y furiosa, asintió de mala gana.
―Pero que conste que será castigado. Los dos se encargarán de limpiar los vestuarios del campo de quidditch durante un mes. Así se les quitarán las ganas de escalar a la torre de Astronomía.
―Por descontado, Rolanda, por descontado ―decía Slughorn mientras se alejaba con Roland. Iba de lo más contento.
Albus, en cambio, estaba muy preocupado por el destino de su amigo, aunque también, en el fondo, tenía una gran envidia guardada.
«¿Por qué Roland sabe volar y yo no?».
«Porque no se puede tener todo en esta vida, Al» contestó su voz interior.


―¡CAZADOR!
Era la hora de la cena y Roland acababa de terminar de contarle a Albus que Slughorn lo había llevado ante Olmo Skullglow, capitán y buscador del equipo de quidditch de Slytherin, y luego con el mismísimo director Denbrough. Al parecer, Slughorn quería que Roland fuese cazador en el equipo de quidditch porque sus habilidades sobresalientes (o así las llamaba él) con la escoba eran dignas de saltarse la norma relativa a los de primer año y el deporte mágico. Tanto Skullglow, que era un chico moreno y cabezón de quinto curso, como Denbrough se habían mostrado conformes con la inclusión de Roland en la plantilla.
―Así que ahora tendré que entrenar todos los viernes en la hora libre. El profesor Slughorn ha dicho que me comprará una escoba, ¿no es alucinante?
―Sí, claro que sí… ―Albus sonreía pero, por dentro, rabiaba al recordar cómo a su padre le había sucedido casi lo mismo en su primer año―. Lo que no entiendo es como sabes volar tan bien.
―Denbrough dijo que es algo instintivo, como ir en bici o en skate, que por cierto, se me daba muy bien también.
Albus recordó que a él no, de hecho, casi le suspendieron gimnasia en el colegio muggle. Él no estaba hecho para los deportes, ni le gustaban.
―Me alegro mucho por ti, Roland.
En ese momento se acercó Ivy.
―Felicidades, Roland, me acabo de enterar.
―¿Quién te lo ha dicho?
―Anna Borage, la prefecta, es novia de Skullglow.
―Estas noticias se saben en seguida, Roland ―le dijo Albus―. Hogwarts es también una escuela de cotillas.
―Eres el jugador más joven en veintiséis años, según Slughorn.
―Y antes ese honor lo tenía mi padre ―comentó Albus, un poco molesto con el asunto.
―Slughorn dice que Gryffindor lleva tres años seguidos ganando tanto la copa de quidditch como la de las casas, y que antes ese mérito se lo llevaba Hufflepuff.
―¿Hufflepuff? ―se extrañó Ivy―. Creía que eran los segundones del colegio. No sé, la gente siempre dice que es la peor casa y tal.
―Por lo visto tuvieron sus años de gloria hasta que llegó Ariel Costwold ―explicó Roland.
―¿Y ese quién es? ―preguntó Albus.
―Un chico que el año pasado tiró un grindylow en medio del comedor. La mitad de puntos que pierde Hufflepuff a lo largo del año se los quitan a él.
Albus miró hacia la mesa de los tejones. Jamás había oído hablar de ese tal Costwold, pero seguro que era un gran amigo de James, porque parecían el tipo de cosas que su hermano haría.
―Pues este año ganará Slytherin las dos copas ―aseguró Ivy, orgullosa.
―¿Tus padres estuvieron en Slytherin? ―sintió curiosidad Albus.
―Sí, mi padre…
Pero entonces llegó James, como si Albus lo hubiese invocado al pensar en él.
―Felicidades, Roland. Me acabo de enterar de que eres el nuevo cazador de Slytherin.
―Gra-gracias, James.
―Te deseo toda la suerte del mundo, aunque estés en esta casa ―dijo al tiempo que le tendía la mano―. Ahora eres menos guay pero no dejas de serlo.
Confuso, Roland aceptó el gesto de James. Albus no podía sentirse peor. ¿No le importaba qué un completo extraño fuese a Slytherin y lo trataba bien, y en cambio a su hermano lo despreciaba hasta el punto de ignorarlo? En cuanto volvieron a la sala común, Albus hizo que Roland se sentase con él junto al fuego y le preguntó lo que llevaba rondándole la mente desde que se conocían: por qué James lo consideraba guay.
―Prométeme que no se lo dirás a nadie ―le dijo él angustiado.
―Te lo prometo, pero dilo ya. ―No pudo evitar sonar ansioso.
―Verás, el día que nos conocimos en Sortilegios Weasley, durante el tiempo que estuve solo después de despedirme de Viridian, me puse a explorar la tienda. Vi que vendían plumas para escribir y una me llamó la atención porque era muy bonita, de cisne negro. Costaba demasiado y, ya sabes, no tengo dinero más que el que Hogwarts prestó al profesor Longbottom para comprarme material de segunda mano. Así que… La robé.
Albus abrió los ojos asombrado.
―¡¿Qué la robaste?!
Unos estudiantes de quinto chistaron molestos por el grito del chico.
―Sí, la robé. Y me arrepiento… Bueno, a veces.
―No lo entiendo, ¿dónde queda James en esta historia?
―James me vio cogerla del expositor. Entonces dijo «será nuestro secreto» y él también cogió una que era de cisne blanco.
―¡¿Qué James también robó?!
―Sé por qué te sorprendes ―continuó Roland antes de que Albus hiciese más preguntas―. Tu hermano se presentó y entonces me dijo: «para los magos robar es un delito casi tan grave como matar, por eso son así de confiados. No creen que nadie nunca les vaya a robar. Y ¿sabes? Creo que soy el único lo bastante inteligente como para aprovecharme de eso».
Albus se quedó boquiabierto. Jamás se había imaginado que James fuese así de pragmático.
―¿No se lo dirás a nadie, no?
―No, claro que no ―lo tranquilizó Albus. No podía dejar de pensar en lo contradictorio del comportamiento de James: le decía a Albus que los de Slytherin eran lo peor, que todo lo malo lo hacían ellos… Pero luego él era quien robaba… Y de pronto se dio cuenta de que conocía a James tan poco como estaba seguro que James lo conocía a él.


Después de las dos primeras semanas de clase, Albus se vio tan agobiado con los deberes que dejó de tener tiempo para todo lo demás. La profesora McPhail era bastante dura, y también terca, porque no dejaba de obligarles a transformar y transformar cerillas en agujas y agujas en cerillas. Si bien esa parte práctica no presentaba problemas para Albus, si era algo vago a la hora de estudiarse la teoría, lo que le costaba algunos puntos para Slytherin cuando la profesora preguntaba. Flitwick les mandó una redacción de treinta centímetros de pergamino sobre el correcto movimiento de la varita y la pronunciación de los hechizos; un trabajo que Albus terminó la madrugada antes del día de entrega. Las clases de Astronomía se revelaron como las más cansadas del horario (más aún que Herbología). La primera noche que subieron con la profesora Sinistra a la torre más alta del castillo estaban todos muy emocionados, pero con el paso de los días se dieron cuenta de que una clase que empezaba a medianoche no era una buena idea si se tenía que madrugar al día siguiente. De hecho, Albus estaba tan cansado que ya se había dormido durante tres clases de Historia de la Magia. Y aunque luego intentaba copiar los apuntes de Roland (inmune al sueño por ser demasiado nervioso), se volvía a dormir.
―No te sientas mal. Yo también me doy un par de cabezadas con Binns ―le había dicho Ivy con una sonrisa algo perversa.
Para Albus, las dos únicas asignaturas que valían la pena eran Pociones, en la que apenas tenía que esforzarse, y Defensa Contra las Artes Oscuras, porque la profesora Ridgebit conseguía contagiarles su entusiasmo y siempre encontraba el modo de hacer la clase divertida.
Con tanto en lo que pensar, apenas se dio cuenta de que habían pasado dos meses desde que el sombrero lo mandase a Slytherin, por eso cuando se levantó la mañana del 31 de octubre se llevó una pequeña sorpresa al encontrarse un gran panfleto morado en el tablón de anuncios:

BAILE DE MÁSCARAS TERRORÍFICAS
¿Dónde? En el Gran Comedor.
¿Cuándo? Esta noche, 31 de octubre, Halloween.
¿Quién? Todos los alumnos que quieran asistir. Las máscaras se entregarán en el vestíbulo.
NO TE PIERDAS EL GRAN BAILE DEL TERROR Y EL CONCIERTO DE LORCAN D’EATH, EL VOCALISTA VAMPIRO.
 Organiza: prof. H.E.F. Slughorn.

―¿No será un vampiro de verdad, no? ―preguntó Roland algo acobardado.
―Claro que sí, es bastante famoso. A mi prima Victoire le gusta mucho.
―¿Pero los vampiros también existen?
―¿Acaso no ves que casi todas las cosas que los muggles creen fantasía son reales?
―¿Y brillan?
―¿Por qué iban a brillar? ―Aquello sí que extrañó a Albus.
Estuvieron discutiendo sobre cómo son los vampiros y como los pintaban los muggles en sus historias durante todo el camino a Defensa Contra las Artes Oscuras. Albus, que no las conocía, encontró el modo en que los hacían brillar bastante estúpido.
Cuando llegaron, vieron que la profesora Ridgebit había despejado la clase y los esperaba, varita en ristre, sentada sobre su mesa.
―Estoy muy contenta con cómo habéis llevado el encantamiento incendio, clase. Por eso, he decidido que es el momento de empezar a practicar algo más agresivo, por decirlo de algún modo. ¿Podría alguien decirme para qué sirve el hechizo expelliarmus?
Albus y Macmillan fueron los primeros en levantar la mano. Los dos se miraron con ferocidad hasta que Ridgebit se decantó por uno:
―A ver, Potter.
―Es un encantamiento de desarme ―dijo de carrerilla―. Sirve para que tu contrincante en un duelo pierda su varita.
―Muy bien. Cinco puntos para Slytherin. El expelliarmus es de los hechizos más útiles que aprenderéis nunca, aunque presenta un problema y es que, en caso de que estéis luchando contra más de una persona, un tercero podría desarmaros a vosotros, ¿entendéis? Nos dividiremos por parejas y practicaremos y… Potter, Macmillan ―los llamó―; ya que parecéis saber bien cómo usar el hechizo, quiero que os pongáis juntos.
La clase entera se llenó de gritos de ¡expelliarmus! Las varitas volaban por los aires y los hechizos mal ejecutados iban a dar contra las estanterías, haciendo caer los libros. Macmillan resultó ser un contrincante duro, pues era rápido de reflejos y no dejaba asueto a Albus a la hora de embrujarlo.
―¡Expelliarmus! ―gritaban siempre al mismo tiempo. Acabaron sudados y exhaustos.
―Os habéis ganado esto ―dijo Ridgebit dándoles unas ranas de chocolate―. Espero que sigáis así y saquéis una E este trimestre.
―Que simpática es, ¿eh? Creo que es la mejor profesora, sin contar a Flitwick o Slughorn, que hay aquí ahora mismo.
Albus se empezó a reír (le hacía mucha gracia la voz ampulosa de Macmillan) y tuvo que disimular una tos para no ofender a Erick.
―No esperaba que fueras tan bueno en esto ―le dijo para ver si podía disculparse con el cumplido.
―Mi padre me ha enseñado mucho en casa. Desde que tengo seis años ha estado enseñándome hechizos y cosas de aquí, de Hogwarts, siempre dice que tengo que estar preparado para todo, incluso en Defensa Contra las Artes Oscuras. No quiere que me pase como a él.
―¿Qué le pasó? ―preguntó Albus sin mucho interés.
―Él vivió El Año Oscuro, sale en Historia de la magia moderna, que fue cuando el Ministerio de Magia negó el regreso de Tom Ryddle. Dice que no quiere que me pase algo así.
Albus tragó saliva. En su opinión, no era probable que apareciese ningún mago oscuro de la nada; y se alegró cuando la profesora Ridgebit dio por terminada la clase y tuvo que despedirse de Erick.
―¡¿Has visto?! ¡¿HAS VISTO?! ―llegó Roland, emocionado a más no poder.
―¡¿Qué?!
―¡Le he quitado la varita a Liam y la he cogido al vuelo!
Albus sonrió por protocolo. ¿Por qué él no se alegraba, siendo como decía la profesora, el mejor de la clase? ¿Por qué no podía tener esa emoción tan irritable de Roland?
―Me alegro mucho ―le dijo al fin, sin haber escuchado una palabra sobre cómo había embrujado a Liam.


Los fantasmas se paseaban por el vestíbulo del castillo, esperando a los alumnos antes de dejarlos pasar al Gran Comedor. En el ambiente flotaba un delicioso olor a calabaza y McLaggen no dejaba de jurar que iba a acabar con el bufet él sólo.
―Eso será si Edmund Grubb te deja ―le dijo el prefecto cuando llegaron a la mesa donde Slughorn repartía las máscaras.
―¿Edmund Grubb? ―preguntaron varios―. ¿Quién es Edmund Grubb?
―¡YO SOY EDMUND GRUBB!
El fantasma de un hombre gordo, con enormes bigotes (más que los de Slughorn) acababa de salir del comedor.
―¿Usted?
―¡Yo mismo! ―volvió a gritar con su voz, potente y sonora―. ¿Pretendéis ir a comeros el festín, eh? Bueno, eso será si yo lo permito, por supuesto. A ver, ¿santo y seña?
―¿Desde cuándo hay santo y seña para entrar al Gran Comedor? ―preguntó Albus.
―Siempre lo hubo, hasta que yo lo olvidé y morí de hambre por no poder entrar al comedor.
―Se lo está inventando ―saltó McLaggen.
―¿Me llamas mentiroso, zagal? Qué poca vergüenza.
―A ver, a ver, profesor Grubb, por favor, deje a los chicos ―dijo Slughorn poniendo los ojos en blanco―. ¿Por qué no se acerca al retrato de Damara Dodderidge? Creo que está comiendo con esa anciana que fríe huevos.
De mala gana, el fantasma gordo se marchó, aunque antes atravesó a Slughorn.
―Albus, muchacho, ¿dónde te has dejado al señor Wool? ―preguntó el profesor buscando a Roland entre los otros.
―No se encontraba bien. Me parece que le han sentado mal unas manzanas de caramelo que han llevado a la sala común los prefectos.
―Oh, es una lástima que se pierda la fiesta… ―se lamentaba sin mucha convicción revolviendo en el cajón de las máscaras―. A ver… Sí, creo que te quedará bien esta de aquí.
Con una máscara color piel que le hacía parecer descarnado, Albus entró en el comedor, decorado como nunca para Halloween. Mil murciélagos aleteaban desde las paredes y el techo como nubes negras, haciendo temblar las velas de las calabazas. Las mesas de las casas, pegadas a las paredes para dejar espacio a quienes bailaban, estaban decorados con manteles desgarrados cosidos con tela de acromántula y, sobre ellas, había fuentes de oro repletas de chucherías y dulces tentando a los estudiantes. Sin embargo, lo que todo el mundo esperaba era la aparición de Lorcan D’Eath, el vocalista vampiro, cuyo escenario ya estaba preparado en el lugar habitual de la mesa de los profesores.
―Eh, Potter, ¿dónde te has dejado a tu novio?
Albus se giró. Como no, Hal Viridian volvía a intentar burlarse de él; sólo que esta vez alguien inesperado acudió en auxilio del chico.
―Me tienes un poquito harto, niñato ―dijo James, salido de la nada, antes de airear su varita y hacer que la cabeza de Hal pareciese una calabaza como las que adornaban el comedor―. Ala, así estás muchísimo más guapo.
Hal empezó a gritar pero su voz quedaba ahogada por la calabaza. Luego salió corriendo a ciegas, aunque por desgracia (para los hermanos Potter) no se chocó con nada.
―Gracias, James.
―Eh, de nada, Al. ―Y dicho eso se fue, dejando a su hermano con las ganas de hablar con él.
―Una fiesta genial, ¿eh?
Su prima Rose, Mary Fronsac y Clea Warbeck acababan de llegar; una con antifaz azul, otra rosa y otra negro.
―Si bueno, no está mal.
―¿No te gusta? ―se extrañó Rose―. Pero, Al, si a ti te gusta Lorcan D’Eath.
―Me gusta oírlo en casa, no aquí.
Su prima arrugó hasta la nariz ante tal estupidez.
―¡¿Qué más da en casa que aquí?! Albus, a veces tienes muchas tonterías… ―Y se marchó haciendo los mismos gestos que la tía Hermione a la vez que lanzaba un «desde luego…».
La verdad era que si eso era una fiesta, a Albus no le gustaba mucho. Entre todos los alumnos se sentía bastante perdido y solo.
―¿Pasándolo bien, eh? ―Hagrid y su barbudo rostro eran, a pesar de la máscara de tigre blanco que llevaba, muy reconocibles.
―Es una fiesta un poco…
―¿Pija? ―bromeó él―. Sí, el profesor Slughorn ya las daba así cuando yo estudiaba. Creo que sé cómo te sientes. A tu padre tampoco le gustaban mucho las fiestas, para nada; él habría llevado siempre…
Se trabó y se detuvo. Albus le sonrió sin saber que decirle, por lo que se alegró cuando Lorcan D’Eath se subió al tablado y anunció que se disponía a cantar su tema más exitoso: El niño maldito.
―Venga, Hogwagts. ¡Tigemos esto abajo! ―dijo con un forzado acento francés que sonó bastante falso antes de comenzar a cantar:
Ves la luz, abrazas la oscuridad.       
Alma torturada entre noche y claridad.
Ves el bien, ves el mal, y entre jirones estás.
Descubre tu verdad antes de que el alba la apague.

El infierno asciende sobre mí de nuevo.
Y lo acepto aunque sea un crimen.
Y aunque mancille la pureza de mi corazón,
no puedo resistirme a esta ambigua sensación.

Extinguid la luz,
neófitos,
invocad a las tinieblas.
Extinguid la luz,
neófitos,
invocad a las tinieblas.

Almas devastadas,
mi vida se apaga.
Todo por creer en la fantasía
de poder taimar al destino.
La magia negra no es más que eso,
un arma de doble filo.

Extinguid la luz,
neófitos,
invocad a las tinieblas.
Extinguid la luz,
neófitos,
invocad a las tinieblas.

El infierno asciende sobre mí de nuevo.
Y lo acepto aunque sea un crimen.
Y aunque mancille la pureza de mi corazón,
no puedo resistirme a esta ambigua situación.

Porque yo soy todos y todos son yo
buscando liberarse, romper las cadenas
del león ígneo
cuya caída iluminaremos con nuestra
oscura agonía,
nuestra vergüenza,
una noche en la que invocaréis a las tinieblas,
neófitos,
vamos a ver la luz morir.

Y entonces, aunque los aplausos y vítores fuesen ensordecedores, la explosión que se oyó lo acalló todo.
―¿Qué ha sido eso? ―preguntó un asustado Albus a Hagrid, quien confuso miraba a todas partes, incluso al techo.
―¡Por las barbas de Merlín! ―gritaba él.
―¿Hagrid, qué…? ―Pero Albus calló. Peeves acababa de entrar en el comedor y, por primera vez, parecía nervioso (aunque no por ello menos malicioso).
―¡Muertos, muertos! ¡Muertos en la sala común de Slytherin! ―chilló―. ¡Es cierto, el barón me envía! ¡Hay muertos, MUERTOS!
Y Albus sólo pudo pensar en una cosa: Roland.

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