Llega un nuevo capítulo en el que toda la comunidad mágica se sobrecoge por lo ocurrido la noche de Halloween en Hogwarts. ¿Descubrirá Albus quien anda detrás de la tragedia?
―Roland…
Albus no lo pensó dos veces y echó carrera hacia las mazmorras
seguido por Hagrid.
―¡Roland! ―lo llamó de nuevo.
―¡QUE LA DESHONRA CAIGA SOBRE ESTOS VILES VILLANOS! ¡PUERCOS
ASESINOS QUE TIÑEN DE VERGÜENZA ESTE TEMPLO DE CONOCIMIENTO! ―se desgañitaba
Elizabeth Burke cuando pasaron junto a ella.
―¡Albus, espera! ―Hagrid, aun siendo más grande que nadie, no le
podía seguir el ritmo, y menos en las mazmorras, que estaban llenas de polvo
por la explosión.
―¡Rol…! ―Albus mudó en cuanto entró en la sala común. Hagrid
igual, se quedó boquiabierto del espanto.
Sin duda alguna, la explosión se había producido allí. No tardaron
en aparecer Slughorn, Flitwick y Denbrough, además del mismo Barón Sanguinario.
―¡Roland! ―volvió a llamarlo Albus.
―Tranquilo, Potter. Sal de aquí ―le dijo el director.
―¡Ni hablar!
―¡Están aquí! ―los llamó el fantasma.
Todos, incluido Albus, corrieron hacia aquel extremo de la sala.
Denbrough hizo desvanecerse los escombros, que descubrieron tres cuerpos.
―¡ROLAND, NO! ―Albus hizo amago de ir hasta él, pero Hagrid lo
sujetó.
―¡Por todos los cielos…! ―se derrumbó Slughorn.
Eran tres cuerpos, dos humanos y un elfo doméstico.
―Son Wool y Paxson ―se lamentó Slughorn.
―Y el elfo es Rebbel ―añadió Denbrough―. ¡Enervate!
De los tres, sólo el elfo no abrió los ojos. Era el único que
estaba muerto de verdad.
Los profesores tuvieron que despejar a la multitud de alumnos que
se apiñaban en las puertas del castillo para que los aurores pudieran sacar el
cuerpo de Rebbel. Los miembros de la casa Slytherin quedaron recluidos en el
comedor, donde dormirían hasta que se creyera conveniente.
―¿Entonces Wool no estaba muerto, Potter? ―le preguntó McLaggen.
―No. Sólo inconsciente. Paxson también.
―¿Quién habrá hecho esto? ―preguntó Ivy―. Ha tenido que ser
alguien de Slytherin; nadie que no sea de nuestra casa ha entrado jamás en la
sala común.
―La cosa se va a poner fea ―oyeron que decía Skullglow a su
novia―. Si ya se dudaba de Denbrough como profesional, esto causará su
dimisión.
De pronto, las puertas de roble del Gran Comedor se abrieron y por
ellas entró Harry Potter.
―¡Papá! ―Albus corrió hacia él y lo abrazó.
―Ven, Al, tenemos que hablar.
Albus el tono no le sonó demasiado bien. Tras echar una última
mirada a sus compañeros, acompañó a su padre hacia los terrenos, iluminados por
farolillos flotantes.
―¿Cómo está Roland?
―Bien, demasiado para lo que le podría haber pasado.
―¿Vio a quien lo hizo?
Harry asintió.
―Pero llevaba una capa, así que estamos en las mismas. ―Pasearon
otro poco en silencio―. Dime, ¿tienes alguna idea de lo que ha podido pasar?
―No ―respondió Albus, con duda―. Roland no se encontraba bien,
decía que estaba cansado, con fatiga, y se quería acostar un rato. Lo dejé en
el dormitorio y subí a la fiesta.
―Lo mismo que él nos ha contado… ―Harry cabeceó, pensando en que
más preguntar―. Y la otra chica, ¿la conocías?
―Bueno, coincidí con ella en el compartimento de Slughorn el día
que llegué a Hogwarts. No nos hemos visto más.
De nuevo silencio. Estaban cerca del cementerio, lo que a Albus le
puso los pelos de punta.
―Hijo, ¿estás bien?
―Cla-claro, papá ―respondió el chico, extrañado sobre manera con
la pregunta.
―Me preocupa que todo esto… Bueno, ya sabes, no quiero que tu vida
en Hogwarts sea como la mía. No quiero que tengas tantas responsabilidades,
quiero que te dediques a disfrutar.
―No tengo responsabilidades porque sé que tu estarás siempre ahí
para salvarnos a todos ―le dijo Albus casi inexpresivo.
―Al, déjate de bromas.
―Hablo en serio, papá.
―Bueno, pues no digas esas cosas. Lo que ha pasado es muy grave.
Un asesinato en Hogwarts… Es el primero en todos los años que llevamos de paz,
y antes solo había habido dos. Así que hazte una idea de cómo estará la gente.
―Dicen que Denbrough va a dimitir ―dijo Albus, acordándose de lo
que Skullglow había dicho momentos antes.
―Denbrough cuenta tanto con mi apoyo como con el de Kingsley, así
que dudo que dimita.
―¿Por qué lo apoyáis tanto?
―Conocía a Dumbledore.
Albus asintió. Sabía que, para su padre, el difunto director de
Hogwarts era como una deidad.
―Aun así…
―Al, en tiempos difíciles, para sobrevivir, hemos de confiar los
unos en los otros.
―Espero que tengas razón y no sea tarde para solucionar todo lo
que está pasando en Hogwarts ―le dijo el chico, sonriéndole con complicidad.
―De todo lo que sufrí de joven, aprendí algo: nunca jamás es
demasiado tarde.
―Lo tendré presente, papá.
…
ASESINATO EN HOGWARTS
El pasado
31 de octubre se cometió un crimen horrible y atroz que aún mantiene
intranquila a toda la comunidad mágica. Una alumna del colegio Hogwarts,
Prudence Paxson (hija de la célebre Pampinea Paxson), fue herida a causa de una
explosión en la sala común de Slytherin.
Todo
podría haber quedado en un desdichado accidente de no ser porque la otra
víctima, un elfo doméstico al servicio del colegio, fue muerta con la maldición
asesina, según fuentes oficiales del Ministerio de Magia. Otro alumno,
alcanzado por el derrumbe que produjo la explosión, está herido aunque no se
teme por su vida. La Oficina de Aurores se niega a dar más información sobre el
testimonio de dicho alumno.
Quien sí
que ha querido señalar su opinión sobre el asunto ha sido el ilustre Hephasteus
Flint, presidente y portavoz del consejo escolar de Hogwarts, a quien hemos
entrevistado en su residencia de Canterbury.
«Aurores y demás funcionarios del Ministerio de Magia están
trabajando muy duro en estos momentos para que veamos, lo más pronto posible, a
los culpables de este execrable crimen sentados ante el Wizengamot y pagando
por lo que han hecho.
»En cuanto a lo referente a Harry Potter, cuyo cargo es más que
conocido, no tengo nada que decir más que es un hombre íntegro que vela por el
bien de los demás antes que por el suyo propio. Ha perseguido a antiguos
mortífagos, asesinos y todo tipo de delincuentes, velando siempre por el bien
de la sociedad a la que sirve. El único error que comete es pensar que todo el
mundo es tan noble como él, y eso es lo que, en mi opinión, nos ha llevado
hasta aquí. Aun en tiempos de paz corremos mucho peligro y yo, que en parte me
siento responsable por este crimen, pongo mi puesto en manos de la junta
escolar, los padres, y el mismo director de Hogwarts»…
―Muy listo este Flint ―dijo Victoire, interrumpiendo su lectura.
Era media tarde y ella, Rose, James y Albus se habían reunido en
la biblioteca para comentar la noticia que El Profeta había publicado.
―¿Por qué listo? ―se extrañó Albus.
―¿No lo ves? ―Ya estaba James atacando de nuevo―. Echa las culpas
a papá de lo que ha pasado.
―Exacto ―le dio la razón la prima Weasley―. Y además lo encubre
todo como si lo alabase.
―¡Pero el tío Harry no tiene culpa de nada! ―se indignó Rose.
―Claro que no, pero ya sabéis como son los Flint. Tío Ron me ha
hablado mucho sobre el hijo de este Hephasteus, iba a Hogwarts con él y mi
padre. Eran bastante afines a Tom Ryddle.
―Eso es historia antigua ―lo contradijo Victoire―. Hephasteus
Flint es un reconocido filántropo.
―Claro, y Flitwick jugador de la NBA ―bromeó James, aunque
Victoire no lo entendió.
―¿Cómo sigue Roland? ―preguntó Rose a Albus.
―Está bien, pero hasta mañana lo tendrán en la enfermería.
―El profesor Longbottom está con él todo el tiempo. Se cree que
quien fuera el que mató al elfo quiere acabar el trabajo. ―James tenía un
talento innato para restarle importancia a las cosas, incluso al crimen que
tenían en la boca todos los estudiantes.
―Dudo que eso pase ―apuntó Victoire―. Quien quiera que sea el
asesino no va a volver a actuar en un tiempo. Lo que yo me temo es que sea
alguien del colegio, un profesor o incluso un alumno. ¿Cómo si no entró hasta
la sala común de Slytherin?
―Entonces debería de ser alguien de Slytherin. Ivy Nott dijo que
nadie que no fuera de nuestra casa ha entrado jamás en la sala ―dijo Albus.
―¿Ivy Nott? ―se extrañó James―. Ala, ahí tenemos a la primera
sospechosa.
―¿Ivy? ―Albus estaba casi indignado―. ¡Si estaba en la fiesta!
―Pero su abuelo fue mortífago y su padre seguro que también.
―Haya paz, haya paz ―se apresuró a mediar Victoire.
―Mi madre está muy enfadada ―dijo Rose―. Dice que es una vergüenza
que a nadie le importe que un elfo también haya muerto. ¡MUERTO! El Profeta
sigue igual que siempre, ¿no lo creéis?
―Sí ―asintió James―. De Paxson nombran hasta a la madre pero de
Roland no dicen ni el nombre… ¿Quién firma? ¿Rita Skeeter?
―No, pero se le acerca bastante…
En los días sucesivos, todo el colegio parecía muy agitado, desde
los profesores más veteranos a los alumnos de primero. La sala común de
Slytherin no tardo en reconstruirse y el profesor de Slughorn (bastante a
regañadientes) tuvo que dejar un trol de seguridad en las mazmorras para
disuadir a más intrusos. Filch era otro que tampoco se movía del escenario del
crimen. Vigilaba y merodeaba por los corredores con los ojos enrojecidos,
ensañándose con estudiantes e intentando castigarlos por cualquier cosa.
―¡No respires tan alto o te colgaré de los tobillos! ―le había
gritado a Camelia, una chica muy simpática de segundo curso, cuando la pobre
pasó por su lado.
También los visitó en esos días el archiconocido Hephasteus Flint,
cuyo aspecto de señor mayor normal y corriente desilusionó bastante a Albus.
Parecía un abuelo cualquiera.
―Cosas como éstas no suelen suceder en Hogwarts. Atraparán al que
haya sido y lo echaremos de aquí ―fue lo que dijo a los alumnos antes de salir
del castillo, tras reunirse con el director.
Mientras, la casa Slytherin festejaba que Roland estaba recuperado
al fin de las heridas de la explosión (o más bien libre de los interrogatorios
ministeriales). Quien más contento estaba era Skullglow, que aseguraba que las
serpientes aplastarían a los leones en el primer partido de quidditch.
―Con las tácticas que te enseñamos, Rol, les vamos a dar una
paliza ―repetía una y otra vez.
Otra noticia que agitó también a los alumnos fue la reapertura del
club de duelo por parte de la profesora Ridgebit.
―Desde ahora mismo debéis aprender lo que significa un duelo
―explicó subida en la tarima dorada que se colocó en el Gran Comedor para la
ocasión―. Potter y Macmillan harán una demostración de lo que es la defensa.
Los dos repitieron lo mismo que habían practicado en la clase de
Defensa Contra las Artes Oscuras unos días antes, el expelliarmus. Luego, Ridgebit les enseñó el encantamiento escudo.
―Puede que sea un poco pronto, pero el director me ha pedido que
os enseñe a interceptar hechizos malintencionados. Agitad la varita como yo y
gritad: ¡protego! Venga, poneos por
parejas.
Con pocas ganas de repetir con Macmillan, Albus se apresuró a
juntarse con Roland. Subieron a la tarima, Ridgebit los observaba.
―¡Varita en ristre! ¡Reverencia! ―les iba indicando―. Así no,
Malfoy, te vas a provocar una contractura… Cuidado con meterle a nadie la
varita en el ojo…
―No me mates, eh ―le dijo Roland sonriendo.
―¡Varitas listas! —gritó Ridgebit—. Una, dos y... ¡tres!
Albus se dispuso a desarmar a Roland pero éste fue más rápido y le
lanzó un conjuro que le hizo sentir como una patada en el estómago.
―Perdona…
Pero el chico, aprovechando que su amigo había bajado la varita,
quiso atacar; sólo que pasó algo muy extraño. Albus quería lanzar un hechizo
que había leído en uno de los libros de su padre, pero cuando alzó la varita
fue como si ésta tuviese vida propia y supiese que era lo que tenía que hacer.
Un rayo de luz roja salió de ella y le dio a Roland en la cara.
―¡ALTO! ―ordenó la profesora―. ¡¿Qué está pasando aquí?!
―Y-yo-yo… ―Albus no sabía que decir y, de pronto, empezó a
tambalearse.
―No te muevas, Wool, deja que te arregle esto… ¡Episkeyo! ―chilló
apuntando con la varita a su nariz, que sangraba sin parar―. ¿Y a ti qué te
pasa, Potter?
Albus se había convulsionado. Estaba mareado.
―N-nada, profesora… ―titubeó al ver que todos en el comedor lo
miraban. De nuevo el centro de atención, de nuevo los murmullos:
―¿Quién es?
―¿El hijo de Harry Potter?
―Es como si no controlase su magia.
―Que salvaje es, ¿no?
Creyéndose maldito por su indeseado legado familiar y sin valor
para mirar al frente (tal vez por eso no lo pusieron en Gryffindor), Albus
agachó la cabeza y la profesora Ridgebit se le acercó obsequiándole con una
sonrisa maternal.
―Por un pasillo que baja y que está aquí cerca, junto a la gárgola
del cerdo alado, llegaréis a las cocinas. Hacedle cosquillas a la pera y
podréis entrar. Pedid que os den chocolate, va muy bien para las heridas
mágicas.
Deseoso de salir de allí, Albus empujó fuera a Roland y los dos
siguieron las indicaciones de Ridgebit. Bajaron hasta un corredor de piedra
que, a diferencia de las mazmorras, estaba bastante iluminado por brillantes
antorchas y decorado con bodegones. La más grande de las pinturas era, como
había dicho la profesora, la del frutero de plata. Albus alargó el índice y le
hizo cosquillas a la pera, que comenzó a retorcerse entre risitas y se
convirtió en un gran pomo verde.
Se encontraron entonces en una sala tan enorme como el Gran
Comedor, llena de relucientes ollas de metal y sartenes colgadas a lo largo de
los muros. Los elfos domésticos, que vestían todos con paños de cocinas con el
emblema de Hogwarts a modo de túnica, se apresuraron a darles la bienvenida y
ofrecerles té y dulces. Gustosos de obedecer a la profesora, pidieron chocolate
y al momento volvieron con una fondue, tostadas, pudding, helado, profiteroles
y galletas. Todo, por supuesto, de chocolate.
―¿Qué crees que será primero, las caries o el empacho? ―bromeó
Roland.
Pero Albus no le echó cuenta; se acababa de dar cuenta de que no
estaban solos. Un chico los observaba desde el otro extremo de la cocina,
sentado frente a la gran chimenea.
―¡¿Qué hacéis aquí, chavales?!
Pasaron entre las cuatro largas mesas (que corresponderían a cada
casa, como en el comedor) hasta llegar a él. Era un muchacho alto, con el pelo
largo y rubio, los ojos verdes y la cara ceñuda.
―La profesora Ridgebit nos ha dado permiso para venir ―explicó
Albus, dudoso.
―Ah, ¿la Ridgebit? Es demasiado buena esa mujer.
―¿Y tú? ―saltó Roland al momento.
―Yo vengo mucho, estos elfos siempre quieren darle de comer a uno,
son como una abuela. Además, ¿no sabéis que los de Hufflepuff tienen pleno
derecho sobre las cocinas?
―Por casualidad, ¿no serás Ariel Costwold, no? ―preguntó Albus.
―Ya veo que tengo una reputación ―se rio él―. Sí, soy Ariel. ¿Y
vosotros?
―A-Albus… ―Como siempre la duda de si decir Potter o no. No lo
dijo esta vez.
―Roland Wool.
―Tú eres al que se le cayó el techo encima, ¿no? ―le dijo a
Roland, con un no muy disimulado interés.
―Sí.
―¿Llegaste a hablar con Rebbel? ―continuó el interrogatorio.
―Los aurores me han dicho que no le cuente a nadie lo que pasó
―replicó el chico, retraído, haciendo sentir a Albus que estaba bien no ser el
centro de atención por una vez.
―Ya, y por aurores te referirás al padre de tu amigo ―dijo mirando
a Albus, desafiante―. No me gusta que gente extraña venga a las cocinas, ni
aunque los mande un profesor. Os vais a librar porque Ridgebit fue Hufflepuff
también, pero no volváis.
―Ni que nosotros tuviésemos la culpa de lo que le ha pasado a ese
elfo. ―Albus estaba enfadado, ¿qué se creía ese Ariel?
―Peleas aquí no, por favor, amos… ―suplicó una elfina que tenía
nariz de tomate―. No se peleen, amos. ―E hizo una reverencia tan exagerada que
casi se cae de boca.
―No te preocupes, Astrid, no me voy a pelear aunque estos quieran
―le dijo Ariel, cambiando el tono por uno más amable.
Albus tuvo una iluminación.
―Tú eras amigo del elfo, de Rebbel ―susurró.
―Sí. Soy el único humano al que le preocupa que esté muerto, que
lo hayan matado.
―Podrías haber hablado con los aurores, decirles algo sobre él si
lo conocías.
―¡¿Y qué les iba a decir?!
―Yo que sé… ―Albus empezaba a temerse un puñetazo.
―¿O le vas a decir tú algo a tu padre? ―preguntó de un modo mucho
más intimidante.
«No es James. Si le contestas te va a pegar… No es James, no es
James…» pensaba el chico cuando, de pronto, las llamas de la chimenea se
abalanzaron sobre Costwold; justo a tiempo para silenciar el insulto de Roland.
―¡¿A qué estás jugando?! ―gritó Ariel, y antes de que Albus le
contestase lo agarró de la túnica y le hizo una severa advertencia―: No vuelvas
a molestar a ningún elfo, ¿te queda claro? Aprende a no ser un príncipe mimado
o tendré que molestarte yo a ti. ¡Andando!
Albus y Roland se miraron y huyeron. Los elfos se habían quedado
mudos y los observaban ojipláticos.
―¡¿Por qué no nos hemos enfrentado a ese?! ―se enfadó Roland al
salir.
―¡¿Cómo querías que nos enfrentásemos a él, maestro de los
duelos?! Nos podría haber dado una paliza.
―Tú a lo mejor dejas que te la den pero yo no. Me habría defendido
por los dos.
―¡¿Pero quién te crees que eres?! ¡No sabes nada de magia y te
crees Merlín!
―Yo no me creo nada…
―¡Sí! ―Se acabó, Albus no podía más con Roland―. ¡Te crees que
puedes dar lecciones, defenderme…!
―¡No! ―Al chico le temblaba el labio.
―¡No me digas que no porque sabes que sí! ¡Te crees muy maduro y
muy mayor porque eres huérfano! ¿Pues sabes qué? No me importa que lo seas,
porque lo que sí que eres es un pesado y un acoplado.
Y por toda respuesta, Roland le pegó un puñetazo a Albus en toda
la cara.
«Lo mato. Lo mato…» supuraba su cabeza.
«Tranquilízate» lo calmaba su conciencia.
―Todo lo que yo sea siempre será mejor que lo que eres tú: cobarde
―le dijo Roland, tranquilo pero enfadado, antes de alejarse por el corredor.
Albus se quedó allí parado, mirando a la nada, pensando en lo
rabioso que estaba y en lo que se contradecían sus pensamientos. Entonces, una
voz chillona lo devolvió a la realidad.
―Sassy le ha traído un pañuelo al amo.
Era una elfina de ojos redondos como una pelota y nariz chata.
Albus se fijó en que sus orejas, caídas, tenían como tijeretazos. Al darse
cuenta de que la miraba, ella se explicó:
―Los antiguos amos de Sassy eran malos, señor, pegaban mucho a
Sassy, señor.
―Lo siento ―dijo cogiéndole el pañuelo.
―Sassy ha visto como el otro niño pegaba al amo, señor, y Sassy ha
creído conveniente traerle al amo algo para curarse, señor, aunque Sassy no
sabe mucho de medicina.
―No te preocupes ―respondió cortante.
―Si el amo lo permite, Sassy dirá que no le gusta que los
estudiantes bajen a la cocina, señor.
―Lo permito… ―suspiró harto.
―Yo siempre le dije a Rebbel que le traería problemas ser tan
descuidado con su trabajo, señor, y al final mire cómo ha acabado. Me consuela
que al menos en los últimos días se diera cuenta del error que era ir diciendo
por ahí como entrar en la cocina.
―¿Cómo dices? ―Ahora si le interesaba lo que la elfina decía.
―Rebbel, estuvo muy raro los últimos días.
―¿Y eso?
―La culpa por dejar entrar estudiantes en la cocina, señor, lo
acabo de decir.
―¿Pero raro en qué sentido? ―insistió Albus.
―En el sentido de raro, señor ―respondió Sassy pensando que aquel
niño también era bastante raro.
Y una idea loca voló por la mente de Albus.
―¿Tú crees que ese Ariel tiene algo que ver en su muerte?
―¡Sassy jamás hablará mal de ningún amo bueno! ¡El amo Ariel es
bueno, muy bueno! ¡Usted debería de considerarlo!
―¡Lo considero, lo considero! ―se apresuró a corregirse Albus.
Sabía lo hartante que podían ser los elfos domésticos (no como Roland, el señor
sabelotodo).
―Sassy agradecería al amo que le devolviese el pañuelo para poder
volver a sus quehaceres, señor.
Y el pañuelo le devolvió. La vio meterse de nuevo en la cocina y
decidió volverse a la sala común, donde encontró a Ivy terminando su redacción
de Historia de la Magia. El profesor Binns les había mandado un trabajo de un
metro de largo sobre «La Junta Suprema de Magos Notables de Jonia».
—No puede ser, todavía me quedan veinte centímetros... —dijo
frustrada Ivy soltando el pergamino, que recuperó su forma de rollo— y Roland
ha llegado al metro y medio con su letra diminuta.
Con pocas ganas de hablar de Roland y su superioridad intelectual
(para ser idiota), Albus decidió que, ya que no podía copiarle los deberes a su
antiguo amigo, los tendría que hacer él mismo.
—¿Crees que Herpo el Loco pudo provocar la Guerra del Peloponeso?
—le preguntó a Ivy después de quince minutos atascado en el primer párrafo de
su redacción.
—Podría ser. Herpo el Loco odiaba a Andros el Invencible, que lo
expulsó de Atenas.
—¿Por qué? Eso no viene en el libro.
—No sé de dónde me suena, pero es verdad que no viene.
—Entonces no lo pondré. Binns quiere que nos ciñamos sólo al
libro, nada más.
Siguieron un rato más con la redacción hasta que la dieron por
imposible, luego se fueron a la cama.
En el dormitorio de los chicos imperaba el silencio, todos
dormían, así que Albus entró sin hacer ruido y se metió directo entre sus sábanas.
Desde allí vio como Roland dormía, tranquilo, relajado… Y eso lo puso furioso
de nuevo.
«Repasa Historia de la Magia» se dijo a sí mismo.
Pero sólo podía pensar en la amistad traicionada de Herpo y
Andros. La cuestión que se planteaba entonces era: ¿quién fue el loco y quien
el invencible?
Tal vez porque tuvo esos pensamientos extraños fue por lo que soñó
con lo que soñó.
Estaba en las mazmorras, pero las veía diferentes, como más
oscuras y sucias. Entró por la puerta que debía de llevar al aula de Pociones
pero, en su lugar, apareció en su dormitorio de Grimmauld Place.
—No puede ser…
Albus observó entre maravillado y extrañado. Su habitación estaba
tal cual él la había dejado en verano, llena de recuerdos infantiles de su paso
por el colegio muggle, como la huella de arcilla «para papi».
—Esto no tiene sentido…
—No, no lo tiene. —Era su padre, acababa de aparecer tras él—.Ya
eres mayor para estos juguetes ¿no, Al? Te vas a convertir en un gran mago
antes de que me dé cuenta y aun conservas tus piezas de lego.
—Nunca seré tan mago como tú, papá —le dijo Albus sonriendo—. Eres
el mejor que conozco.
—Todos los hijos dicen eso de sus padres… —Harry le sonrió de un
modo diabólico—. Es una pena que yo no pueda decir lo mismo de ti, hijo...
Y de pronto, el cuarto dio una sacudida, el suelo y el techo se
resquebrajaron y cientos de ratas corretearon por las paredes y entre las
piernas del chico, dejándolo sordo con sus chillidos.
—¡Papá! ¡PAPÁ!
El suelo se abrió bajo él; se tuvo que agarrar a una viga
astillada.
—Nos has defraudado, Al.
—¡PAPÁ!
Harry lo agarró de un brazo.
—Tú, ¿hijo mío?
Y al decir eso con una frialdad indómita, lanzó a Albus al vacío.
El chico cayó y gritó, y cuando se dio cuenta… Había despertado a todo el
dormitorio.
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