miércoles, 2 de agosto de 2017

Fanfic: Harry Potter y el niño maldito X




El tiempo corre más rápido que las arenas del reloj de Slughorn, pero uno hace magia cuando puede. Tras meses y meses de vida muggle, llega la continuación del fic sobre Albus Potter.


Como cada Navidad, en La Madriguera se reunieron cerca de cincuenta personas. El ambiente era inmejorable y tanto el abuelo Arthur como la abuela Molly sabían entretener a la piara de nietos tan extensa de la que formaba parte Albus. Él no era de los que más guerra daba y pasó casi todo el tiempo con Louis, hablando de los temas que preocupaban a ambos. Sería por su parte veela, pero a Albus le fascinaba su primo, sobre todo cuando imitaba el característico tic de James de tocarse el pelo. Ahí debía estar el secreto de las veelas.
Albus también compartió con su padre la extraña charla con la tía abuela Petunia. Su padre le contó que, pese a que intentaba mantener las formas con los parientes Dursley, jamás olvidaría el abandono al que lo sometieron durante su infancia, por muchos gestos que Albus apreciase ahora. El chico no llegaba a imaginarse, ni a creerse, que su padre hubiera vivido once años en una alacena bajo la escalera.
Tras el día de Navidad y recibir los típicos regalos (aunque el caldero de oro que Slughorn le mandó a Albus causó gran revuelo), los Potter regresaron a Grimmauld Place para descansar lo que quedaba de vacaciones. Kreacher les tenía preparada una pequeña sorpresa a los niños Potter: una vieja cometa que había pertenecido a un joven Regulus Black.
―Kreacher ha estado arreglándola mucho tiempo. Kreacher la ha dejado como nueva.
En efecto, cualquiera dudaría de que el presente tenía cerca de cuarenta años.
―Lo malo son esos colores de Slytherin que tiene ―dijo James―. Pero muchas gracias, Kreacher, la volaremos ahora mismo.
Albus invitó además a una amiga suya del colegio muggle, Alison Carlyle, con la que mejor se había llevado en esos años. Era una chica rubia y muy alta que llegaba a sacarle una cabeza Albus, pero lo mejor era que no se dejaba intimidar por las bromas de James.
Los tres hermanos y Alison salieron a hacer volar la cometa al parque que quedaba frente a Grimmauld Place. Costaba mucho correr por la nieve y todos tropezaron muchas veces. Fue irónico ver que los que mejor sostenían en el aire aquella cometa de Slytherin fueran James, Gryffindor de pura cepa, y Alison, muggle.
―¡Corre, Lily, se va por ahí! ―gritó Albus entre risas.
Por un momento, todos olvidaron sus problemas y diferencias. El juego era la verdadera magia de los niños y los cuatro perseguían, cogidos de la mano, la cometa de Regulus Black.
Hasta que Alison gritó y asió la mano de Albus con fuerza.
Los tres hermanos se quedaron petrificados ante lo que la niña señalaba.
Una especie de elfo doméstico, muy feo y demacrado, con la nariz puntiaguda y larga como un cono y los ojos inyectados en sangre, los miraba con una mueca que debían interpretar como una sonrisa, enseñándole una fila de dientes afilados y amarillos.
―¡QUÉ ES ESO! ―Alison estaba fuera de sí.
―¡¿ESO?! ―chilló más alto aquel ser―. ¡Niña, yo no soy un eso!
James, haciendo gala de su valentía, se adelantó al resto y preguntó:
―¿Eres un elfo doméstico?
Aquel engendro se echó a reír por toda respuesta; era una risa fría y aguda que no presagiaba nada bueno. El valor de James flaqueó y el chico volvió con sus hermanos.
―Qué premio me voy a llevar ―dijo el no elfo acercándose y relamiéndose―. Me dijeron que erais apetitosos, pero no tanto, no tanto… ―También se mordía las uñas y las tiraba a la nieve.
―¿D-de qué hablas? ―Lily también era muy valiente. Ella había dado el paso hacia delante esta vez, aunque Alison no dejaba de tirarle de la manga del abrigo.
―¡De que la carne de brujitos como vosotros es la más deliciosa!
Aquel monstruo se abalanzó sobre Lily, pero Alison fue más rápida y cubrió a la niña. Fue ella la que sufrió los golpes del no elfo, que se le tiró encima. James, desesperado, empezó a gritar, a llamar a sus padres. Albus estaba bloqueado.
―¡SOCORRO! ―se desgañitaba James mientras Lily lloraba.
El no elfo arrancó el abrigo a Alison y le dio un bocado en el brazo. Eso hizo reaccionar Albus, que no supo cómo lo hizo, pero la cuestión es que lo hizo:
―¡PARA YA! ―Y, antes de que el monstruo alzase la vista, varios haces de chispas rojas salieron de las manos extendidas de Albus y le dieron de lleno en la cabeza, dejándolo atontado.
―¡¿ALBUS? ¿QUÉ HACES?! ―gritó James.
Pero Albus, consciente de lo que hacía al fin, alzó sus manos hacia el árbol que tenían encima y gritó:
―¡Diffindo!
Una de las ramas cayó encima del monstruo, que emitió un aullido de dolor antes de quedar en total silencio.
―¡Lo has matado!
Albus ignoró lo que parecía un halago de James y corrió hacia Lily, que seguía llorando. Juntos se acercaron a Alison, que parecía haberse desmayado.
―Respira ―dijo Albus aliviado―. Está viva.
―Pero este bicho no. ―James se había acercado hasta el monstruo―. Le has roto la cabeza.
Albus se dejó caer en el suelo. La cometa volaba todavía sobre ellos, ajena al incidente.
―¿Qué he hecho? ―musitó mirándose las manos.
―Al, ¿qué te ha pasado? ―James abrazaba ahora a Lily―. ¿Qué magia has hecho?
―Y-yo… Yo no lo sé. ―Estaba al borde del llanto―. Sólo quería salvarla y-y…
―Al, Al… ―Con dificultad, James también lo abrazó a él―. Al, nos has salvado. No tienes que sentirte mal.
―Lo he matado. ¡He matado, James!
―Has matado a algo que intentaba matarnos ―lo corrigió su hermano mayor.
―Nos has salvado ―dijo Lily muy bajito―. Albus, tú nos has salvado.
―P-pero ha sido como sin querer. No lo he controlado del todo. ¡¿Qué va a decir papá?!
―No se enterará. ―James estuvo rápido ahí―. No le diremos lo que has hecho.
―¿Cómo?
―Te vamos a ayudar, Albus ―volvió a susurrar Lily, que se recuperaba por momentos.
―Tengo demasiada magia, creo… ―Albus se sentía muy tonto―. A veces no la controlo.
―Nosotros te vamos a ayudar a controlarla ―dijo James―. Somos tus hermanos. Sea lo que sea que te pase, no te dejaremos solo.
Albus se separó de James y Lily y fue hasta Alison. Se quitó el abrigo y se lo puso por encima a su amiga. Tenía arañazos en la espalda y un feo mordisco en el brazo. Sea lo que fuera aquello, le había arrancado un pedazo de carne.
―Mirad. Coged esto. ―James traía la cometa―. Tomad uno cada uno.
Les dio a ambos una de las serpientes plateadas que formaban la borla de la cometa. Eran tres; una para cada uno.
―James, ¿qué…?
―Es una promesa de hermanos ―dijo Lily.
―Mientras tengamos estas serpientes, estaremos unidos. Este secreto es fruto de nuestro amor como hermanos. ―Se puso la serpiente como un broche. Albus no se lo podía creer.
―James, ¿de verdad quieres…?
Pero entonces apareció la madre de los chicos, que se llevó el susto de su vida.
A Alison le alteraron los recuerdos y le curaron el brazo y la espalda con esencia de díctamo. Para ella todo habría sido un día de juego común y corriente, sin incidentes con monstruos. Ginny la llevó a casa una vez vieron que estaba recuperada y volvió antes de que la visita que esperaban emergiera de la chimenea, llenando de cenizas la cocina.
―Buenas noches, Harry, Ginny.
Rolf Scamander no parecía el padrino simpático e infantil que solía quedarse con los hermanos de vez en cuando. Albus nunca lo había visto tan serio. Era un hombre muy alto y fornido, de ojos pardos y piel tostada que llevaba el pelo peinado de un modo imposible, haciendo de su moreno flequillo una ola de surf. En verano, cuando lo visitaban en Dorset, en su casa de la playa, Albus veía que tenía los brazos y el pecho lleno de cicatrices.
―No sabemos cómo ha podido ocurrir ―dijo Ginny―. Al parecer, según me han contado los niños, eso apareció en el parque y se lanzó a por una amiga muggle que estaba con ellos. Por suerte, la rama del árbol que tenían encima se rompió y mató al monstruo.
El cuerpecillo de aquello, que a Albus le seguía pareciendo un elfo, descansaba sobre la mesa de la cocina. Kreacher lo miraba receloso.
―¿Es lo que creo que es, Rolf? ―preguntó Harry.
―Un erkling ―afirmó el padrino de Lily―. Pero, ¿cómo ha podido llegar hasta aquí?
―¿Qué es un erkling? ―inquirieron Albus y James. Sus broches de serpiente brillaron a la vez.
―El erkling es una bestia que come niños ―explicó Rolf Scamander―. Lo que no me explico es cómo ha llegado hasta un parque de Londres. En Gran Bretaña hay poquísimos y viven en los bosques, lejos de la civilización…
―¿Crees…? ―A Harry le costaba decirlo―. ¿Crees que alguien ha podido mandarlo contra mis hijos?
―¡HARRY! ―Ginny se apresuró a echar a los tres hermanos de la cocina―. ¡No con ellos delante!
De modo que se quedaron sin saber el resto de la teoría de su padre.
―¿Quién querría hacernos daño? ―preguntó Lily, que seguía muy asustada.
―Cualquiera. Papá es el jefe de los aurores ―dijo James muy seguro de sí mismo―. Cualquier mago oscuro que busque venganza.
―Ya no hay magos oscuros, Lily ―quiso tranquilizarla Albus.
―¿Os acordáis de lo que pasó en Hogwarts? ¿Del asunto de Roland, Prudence Paxson y el elfo doméstico?
―¿Qué tiene que ver eso, James? ―Albus no veía la relación.
―No sé. Tengo que hilar fino con esta teoría. A lo mejor si ayudo a papá puedo convertirme en auror cuando sea mayor.
Albus y Lily rieron. La tensión se iba liberando y los tres hermanos estuvieron hablando hasta altas horas de la noche, cuando sus padres subieron y los mandaron a cada uno a su cuarto, aunque Lily tuvo permiso para dormir con Kreacher, que juraba y perjuraba que nadie haría daño a ningún Potter en su presencia.
Pero Albus iba a llevarse otro susto esa noche, cuando, en mitad de un sueño, sintió como alguien lo destapaba y lo llamaba de nuevo a la realidad. Cuando abrió los ojos mientras bostezaba, no vio a nadie en el cuarto.
―Estoy aquí, tonto.
James apareció de la nada. Traía la capa invisible que su padre le había regalado dos años atrás.
―¿Qué haces, James?
―Albus, no soy muy bueno hablando… Soy mejor en el quidditch.
―Oh, por favor… ―Albus cabeceó. No se podía creer lo que se avecinaba.
―No he sido un buen hermano (aunque reconoce que tú tampoco) y en Hogwarts no te he ayudado como debería.
―James…
―Quiero una tregua. Una segunda oportunidad. Que los dos seamos hermanos de verdad, como Hogwarts querría.
James le tendió una mano sincera. Albus la estrechó. No sabía que pensar.
―Gra-gracias, James.
El mayor de los Potter se puso la capa invisible antes de salir, pero no podía irse sin decirle a su hermano:
―Al, te quiero.
Albus no supo si bromeaba o iba en serio. No pudo ver su sonrisa burlona bajo la capa. Pero, animado como nunca, le contestó:
―Yo también te quiero.
Y volvió a sumirse en un sueño con extraña facilidad. Pero, más que un sueño, fue una pesadilla en la que él vagaba por el desierto, ayudado por un cayado de serpientes grabadas. Scorpius Malfoy aparecía ante él montado sobre un león de fuego o algo que se le parecía. Scorpius se reía y reía de un modo frío, como el erkling, y juraba que se lo iba a comer, que se comería a todos los monstruos…
Cuando despertó, lo hizo empapado en sudor y jadeante.
Además, había mojado la cama.
Costó mucho que se silenciara la noticia del ataque del erkling, aunque la tía Hermione se empeñó tanto en que se debía informar a la comunidad mágica del hecho que se acabó publicando un artículo al respecto, aunque no se especificó ni el parque de Londres ni que niños habían sido atacados. El ambiente en Grimmauld Place fue entonces más agradable que nunca. Los tres hermanos nunca habían estado tan unidos y Albus y James pasaban mucho tiempo juntos, lo cual alegró sobre manera a Harry y Ginny, que se olvidaron de todas las preocupaciones que habían tenido con su hijo mediano.
Pero una nueva desgracia golpeó a la familia: cansada y viendo que jamás florecería, la tía Petunia murió el día de Año Nuevo. Harry fue el único que asistió al funeral, pues no quería que sus hijos pasasen por ese trago. Albus, por su parte, escribió a Louis contándole sobre su encuentro con tía Petunia, pero la respuesta de su primo no decía nada interesante salvo un simple «hasta las flores más bellas tienen espinas». ¿A qué diablos jugaba Louis?
La noche antes de volver a Hogwarts, la desidia de Albus era más fuerte que nunca. El chico permanecía sentado en su cama, junto al baúl medio lleno, en total quietud, mientras el ajetreo rutinario de la casa se mantenía vivo al otro lado de la puerta.
―Por favor, James, olvídate de tu pelo y ordena esa dichosa habitación ―se oía decir a su madre.
―¿Cómo voy a olvidarme de mi pelo? ¡Se ha vuelto rosa! ―Albus no tardó en adivinar que su hermano habría usado alguno de los productos de Sortilegios Weasley que le habían regalado en su último cumpleaños―. ¡Tendré que utilizar mi capa invisible! No puedo dejar que nadie me vea así…
La puerta del cuarto se abrió de pronto. Albus vio que su padre se acercaba con un paquete. Se miraron y él vaciló.
―Puedes pasar, papá.
Harry se sentó junto a su hijo y puso el paquete en manos de este. La tensión podía cortarse con un alfiler.
―Sólo vengo a traerte un regalo de última hora…
Albus abrió el paquete. No se podía creer lo que había dentro.
―¿Una manta vieja que huele a humedad?
Harry, con total calma, agarró las manos de su hijo y le sonrió.
―Esta manta es lo único que tengo de mis padres. Lo único. Me entregaron a los Dursley envuelto en ella. Dudley me la dio el otro día, tras el funeral de tu tía abuela Petunia. Al parecer, ella la había guardado todos estos años. He pensado que a lo mejor tú…
Albus se emocionó. Quería a su padre más que a nada.
―¿De veras me crees digno de guardarla?
Por toda respuesta, Harry lo abrazó, lo abrazó muy fuerte.
―Te quiero mucho, papá.
―Y yo, Albus.
―No. Dímelo bien.
―Te quiero mucho, Albus.
Sucedió en un momento infinitesimal en el que los ojos de padre e hijo se encontraron. A Albus le ardió el pecho y surgió de él un odio espontáneo y no deseado, pero muy intenso. Tan potente que sólo tuvo ganas de ahorcar a su padre.
―Hijo, ¿estás bien?
―S-sí… ―mintió Albus, que ahora quería vomitar―. Voy al baño.
Corrió al aseo y se dejó caer en el suelo, apoyándose en el borde de la bañera. Cuando creyó encontrarse mejor y decidió levantarse, se dio cuenta de que la marca de su mano había hundido la parte de la bañera que había tocado.

¿Qué demonios le pasaba?

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