viernes, 15 de abril de 2016

Fanfic: Harry Potter y el niño maldito



¿No puedes esperar al 31 de julio para saber qué ocurrirá en The Cursed Child? ¿Tienes mono de Harry Potter? ¿Busca una buena historia que te ayude a explorar todo lo que podría pasar 19 años después del final feliz? Sigue leyendo que no te arrepentirás.

Siempre fue difícil ser Harry Potter, pero tampoco es mucho más fácil ser un empleado explotado del Ministerio de Magia, marido y padre de tres hijos. Mientras Harry se enfrenta a un pasado que se niega a abandonarle, su hijo menor, Albus, debe luchar con el peso de una herencia familiar que nunca deseó. En una ominosa mezcla de pasado y presente, padre e hijo aprenderán que, a veces, la oscuridad surge de lugares inesperados.

Esa de ahí es la sinopsis de la obra de teatro escrita por J.K. Rowling y Jack Thorne. A partir de ella he ido tejiendo el argumento de una historia que pronto perderá todo tipo de canon y que podréis disfrutar todos los jueves a las doce y media de la noche.
Como me ha costado mucho escribirla y creo que merece ver la luz, me animo a publicarla antes de que el estreno dramático se me adelante y me obligue a olvidarla en un cajón. Aunque, conociéndome, variaría algunas partes y la situaría en el segundo año de Albus, apropiándome de los eventos del verdadero The Cursed Child.

Sin más preámbulos os dejo con un pequeño prólogo que toma lugar un año antes de que James Sirius entre en Hogwarts.



Que Albus Potter era un niño sensible se veía venir desde que era pequeño. Una tarde de abril, cuando tenía ocho años, decidió hacer un poco más entretenidos los días de enfermedad de su hermano mayor, que se recuperaba de meningitis, tocándole la última pieza de piano que había aprendido: Para Elisa.
James estaba en el sofá del salón, apoyado en un montón de cojines y mirando por la ventana como la tormenta se desahogaba sobre ellos. Llovía desde hacía una semana y la mayor parte del distrito de Islington (incluyendo Grimmauld Place) estaba sin corriente eléctrica, así que no había mucho con lo que distraerse.
―¿Quieres que la toque otra vez, Jimmy?
No escuchó la pregunta de su hermano como tampoco había oído la melodía; él no servía para eso.
―¿James? ―insistió el pequeño.
―Sí, sí ―acabó respondiendo para que se callase―. Tócala otra vez, Al.
Era increíble cómo los dedos de Albus se deslizaban por el piano, acariciando las teclas con la armonía perfecta para crear algo vivo, para crear arte. A James le aburría pero también le fascinaba que, siendo tan pequeño, Albus tocase casi mejor que la tía Hermione, la única virtuosa de la familia. Había intentado enseñar a sus hijos, los primos de Albus y James, pero, igual que le pasó con James, ninguno tuvo paciencia ni ganas para aprender a tocar otra cosa que no fuera la escala.
―Me parece que no quieres oírme ―dijo de pronto Albus.
James, que se había quedado embobado con dos muggles que renqueaban calle arriba entre la lluvia, ni siquiera se dio cuenta de que su hermano ya no tocaba.
―¡James!
―¡Sí! ―contestó sobresaltado.
―Nada, déjalo.
Albus se levantó con aire ofendido y se acercó a la chimenea para calentarse las manos.
―Perdona, me cuesta prestar atención al piano, no me gusta mucho.
―Ya veo…
―Tú eres el que sabe prestar atención, Albus. ―James sabía que a su hermano le gustaba que lo adulasen casi tanto como a él mismo, les daba seguridad―. ¿Quién es el que siempre cuenta las historias aquí? ¿Eh?
Y entonces Albus recordó algo.
―¡Tienes que decirme que pasó al final con Arturo en la justa!
―¿Qué justa?
―¡¿No te acuerdas?! ―Albus estaba entre sorprendido e indignado. No sabía que James sólo estaba jugando con él―. Arturo había ido a Londres con Kay porque al final lo dejaron ser escudero, entonces…
―Sí, sí, ya me acuerdo ―le cortó James―. ¿Quieres saber que pasa después?
―¡Sí! Estoy seguro de que Arturo va a sacar Excalibur de la piedra. Dímelo, James, ¿a qué sí?
―Tendrás que esperar ―contestó él con una sonrisa tontorrona.
―¿Cómo?
―Hoy no te lo voy a contar, estoy cansado.
―Pero yo creía… ―James palpaba la desilusión de Albus a leguas pero, no sabía por qué, ver que tenía el poder de hacer que su hermano estuviese triste o contento era lo que lo animaba.
―Mejor otro día. Hoy podemos hacer otra cosa.
―¿Cómo qué? ―Albus sonaba ahora resignado. Estaba acostumbrado a obedecer a James en casi todo.
―¿Jugamos al ajedrez?
Albus asintió.
―Voy a pedírselo a papá.
―¡No! ―se apresuró a decir James―. No quiero el ajedrez de papá.
―¿Por qué? ―Albus ya estaba en pie, casi en la puerta.
―Porque no sólo vamos a jugar al ajedrez. Te voy a hacer una prueba, Al.
―¿Una prueba? ―se extrañó el pequeño.
―Sí, una prueba.
―¿Para qué?
―Para ver si tienes el valor que se necesita para ser un Gryffindor, por supuesto. ¿Acaso quieres ir a Hufflepuff con los inútiles? ¿O prefieres Slytherin? Sí, seguro que prefieres Slytherin, la casa de las ratas.
―¡Yo voy a ir a Gryffindor! ―chilló Albus. El tema de a qué casa de Hogwarts iría era muy delicado para él y lo hacía enfadar en seguida. También era la forma de chincharle favorita de James.
―Pues veamos si tienes valor y coraje.
―Veamos ―repitió el niño.
―Subirás al desván ―James notó el escalofrío de su hermano― y buscarás el viejo ajedrez de la señora esa que vive en el cuadro de la entrada.
―Vale.
―Tendrás que abrirlo y asegurarte de que están todas las piezas. Cuéntalas ―añadió James sin estar seguro de si Albus sabía contar hasta treinta y dos. La cuestión era que su hermano permaneciese en el desván el máximo tiempo posible.
―¿Después bajo y te lo doy?
―Después bajas y me lo das, sí ―decidió James.
Albus fue, obediente, en busca del ajedrez. Todos tenían prohibido subir al último piso pero, dado que su padre estaba en el despacho (donde tampoco podían entrar), su madre había salido a cubrir una noticia de última hora, Lily dormía la siesta y Kreacher rondaba la cocina, no habría problemas. Estaba tan seguro de ello que, mientras subía las escaleras, se puso a tatarear Para Elisa. Lo reconfortaba en esos momentos ante la idea de subir al desván, cuya puerta ya estaba abriendo. Era como dar paso a la oscuridad o como decirle a los monstruos que allí habitasen: «venga, salid, Albus Potter se ofrece en bandeja para que os lo comáis».
Entró y caminó a tientas, sumergiéndose en el olor a sucio, humedad y doxycida. La única luz que entraba era la poca que arrojaba el pasillo desde el umbral de la puerta.
―Soy valiente como un Gryffindor, soy valiente como un Gryffindor. No tengo miedo, no tengo miedo… ―se repetía una y otra vez para evitar huir del monstruo hambriento de carne de niño.
«Érase una vez, en una villa, vivía una única familia de brujos» empezaba uno de los cuentos de James que, retorciéndose mucho, acababa así: «en el bosque cercano hibernaba un monstruo feo y apestoso, él se había comido a los cinco hijos de la familia, dejando vivo sólo al squib». La primera vez que se lo contó, cuando terminó, James miró con tranquilidad a su hermano y le dijo que la sangre mágica era mucho más apetitosa que la muggle.
Albus no supo esos detalles sobre la sangre hasta entonces y creía que podría haber seguido viviendo sin conocerlos. ¿Y si el monstruo hibernaba en el desván también? Ya estaban en primavera y se habría despertado. ¡Jopé! ¿Qué podría  hacer? ¿Bajar y decirle a James que no había cogido el ajedrez porque le daba miedo un monstruo fabulado? ¡De ninguna manera! Se enfadaría, le llamaría crío y le diría: «crece o irás a Slytherin con las ratas apestosas».
Albus apretó los puños y tragó saliva. Iba a encontrar ese dichoso ajedrez y a darle en las narices a James.
Se adentró más en el desván (que le pareció enorme) y escrutó las estanterías. Vio una jaula para pájaros oxidada, varias botellas de doxycida, lienzos vacíos, un candelabro… Por alguna razón, este le llamó la atención y se acercó a él. Vio que de la rama central colgaba una cadena cuya plata parecía palpitar contra el oro, viva y mágica. Albus la contempló con perplejidad hipnótica y luego la agarró.
Entonces vio que la caja del ajedrez estaba detrás del candelabro.
Cogió el juego también y no se molestó en mirar atrás una vez salió corriendo hacia la puerta. La cerró de un portazo y luego bajó los escalones de dos en dos.
―¡Haced un poco más de ruido si podéis! ―oyó decir a su padre.
Albus comprendió entonces que estaba a salvo y se echó a reír. James se extrañó de la reacción de su hermano cuando lo vio entrar.
―¿Lo tienes? ―preguntó ansioso por pillarlo en una falta.
―Toma, Jimmy. ―Le entregó la caja. Albus estaba ilusionado, James no tanto.
―¿Conseguiste encontrarlo? ―Más que asombrado parecía fastidiado.
―Sí ―dijo Albus orgulloso de sí mismo―. También tengo una recompensa ―añadió poniéndose el collar―. ¿Te gusta?
―¿Cuántas piezas hay? ―lo ignoró James.
―¿Eh?
―Digo que cuantas piezas hay, Albus.
Albus abrió la boca pero no dijo nada. Con la emoción de haber escapado del monstruo que hibernaba había olvidado contar las piezas.
―¿Tre-trece? ―Ese era un número mágico, ¿no?
―¿Sabes una cosa? Entrar en el desván te hace digno de ser Gryffindor pero mentirme lo echa todo a perder. Si me hubieses dicho la verdad creo que serías Ravenclaw, porque ser sincero es de inteligentes. Sólo los idiotas mienten. ―Albus lo acusó con la mirada al decir la palabrota―. Sin embargo, me has querido engañar y eso, hermanito, es lo que hacen las ratas de Slytherin.
―¡No soy una rata!
―Una rata de desván, sí señor ―rio James―. Venga, admítelo, ¿no has contado las piezas verdad?
―¡Sí! ―insistió Albus en su mentira sin saber por qué.
―¿Ah sí?
―¡SÍ!
―Eres un mentiroso, Al. Vas a acabar en Slytherin como toda esa gente del tapiz ―dijo James señalando la pared con el mentón. El árbol genealógico de los Black estaba dibujado ahí―. Eres carne de Salazar.
―¡Cállate!
Ese día, Albus comprendió, a pesar de su corta edad, que todo puede cambiar en un instante.
De un manotazo tiró todas las piezas de ajedrez en el regazo de James que, rabioso, cogió un alfil y se lo lanzó. La mala suerte quiso que éste impactase en su ojo derecho.
―¡Ay! ¡ME DUELE!
―Encima de mentiroso eres un llorica ―siguió burlándose James desde el sofá.
―¡ME DUELE! ¡PAPÁ! ¡PAPÁ!
Harry apareció al punto y, cuando vio a Albus tapándose la cara, corrió hacia él.
―¡¿Qué es lo que ha pasado?!
―Ha sido culpa suya, que no me hubiera mentido.
―A ver, déjame verte el ojo, seguro que no es nada, Al, seguro que no…
Sangre, había sangre en el ojo de Albus.
Harry estaba enfadado; no furioso (jamás podría ponerse furioso con uno de sus hijos), pero sí muy decepcionado. Miró a James y luego se llevó a Albus arriba.
―Espero que, la próxima vez, pienses un poco mejor antes de hacer las cosas y te des cuenta de que tienes que proteger a tu hermano pequeño, no burlarte de él ―le dijo a James. Estaba dolido de verdad.
El mayor de los Potter se quedó sólo en el salón el resto de la tarde, pensando en lo que había hecho. Al final llegó a una conclusión: era culpa de Albus por mentirle. Los mentirosos, así como los malos o los monstruos de sus cuentos, merecían un castigo.
A Albus lo acostó Harry en la cama. El niño no podía cerrar los ojos y, por primera vez, sintió odio. Odio hacia su hermano porque hacerle daño y burlarse de él, siendo como era su hermano mayor, era una traición y, según creyó Albus en ese momento, la traición era algo malo y debía ser castigada.

3 comentarios:

  1. OMG. Me encanta,gracias por el aporte,pero no debí leerlo. Ahora el hype es mucho mayor!!

    De nuevo, Gracias

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    1. Hahahaha, gracias a ti por comentar, Naruzor ;)
      Me alegra que te guste y no te preocupes por el hype, que todas las semanas tendrás un capítulo además de cosillas varias sobre el mundo mágico ^^

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  2. Maravilloso fanfic. Ya me diras que te ha parecido amigo... Repito ojala que a ti te guste.

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